El lumbago es un dictador que administra sus caprichos azotándote la espalda, vos sos una esclava. Cuando tenés así, un amo persistente, le ponés nombre, el mío se llama Roa, debido a una serie de asociaciones.
En principio pensé que era el Cesar, pero ese se divertía bastante, y Roa, no creo que se divierta, ni me divierte a mi, me deja en posturas doloras, te enclava como una estatura, hasta te plastifica un gesto de dolor en la cara.
Luego, el mejor nombre era Claudio, ese era perfecto, porque era feo, retorcido, cojo, tartamudo y no lo quería ni su madre, pero el nombre, ese nombre, no sé, a mi me da medio femenino o de otro mundo, una se imagina a los Claudios un poco rubios, un poco jóvenes, un poco ajenos al mundo, los Claudios flotan en la vida, no me parecía muy adecuado.
En ese camino iban mis cavilaciones, cuando se me vino a la mente “Yo, Supremo”, esa excelente novela de Roa Bastos, sobre el dictador paraguayo Gaspar Rodríguez, autoritario y dictador igual que mi lumbago.
Pero Gaspar es nombre de rey mago, no es muy equilibrado ese nombre para un lumbago, así que me decidí por Roa, que no tenía, creo, nada de feo, cojo, dictador, pero era bien retorcido con las palabras.
Y así como Roa se metió en Gaspar que se metió en Paraguay, mi lumbago se metió en mi cuerpo, que me metió en la cama, que a su vez me hizo meterme en la televisión a mirar un programa pesadísimo sobre medicina moderna en la que se menciona de todo, menos a Roa.
Mirar esos programas te hacen pensar: ahora ya sé qué hacer si alguna vez tengo “miocarditis de oreja izquierda”, o algo parecido, pero de Roa, nada, ni una palabra.
En realidad todo esto es para decir que como tener lumbago es algo que te etiqueta como vetusta, cuando llama la gente por teléfono, les digo que estoy con Roa, que no puedo atender, sin más explicaciones, de este modo, una tiene una vida secreta en la que se queda eternamente joven en la cama con Roa.
Adelaida Sharp |