A Buenos Aires se la mide por ser furiosa y mágica, espinosa como el tallo de algunas flores, y hasta violenta cuando se trata de las pérdidas y el desencuentro entre los habitantes, y cierta aritmética caprichosa de tiempos en las que la intermitencia de las épocas se da entre barrios, y los verbos del pasado o el futuro se rozan pero no se intersectan. San Telmo, el verbo antiguo, Palermo, el moderno, Madero, el futuro, y toda una ciudad en la que las geografías pueden ser Europeas, rodeada de espejismos, inasequible.
Buenos Aires es la ciudad de la imaginación, hay que bebersela sin moderación y dejarse hundir en la sonoridad rítimica de sus desafíos.
Es como dejarse caer dentro de una mujer, con muslos firmes y abadonarse al ritual amoroso con que la ciudad te hunde sus raices hasta que no abandona nunca más tu memoria.
Quedas atrapado por Buenos Aires que de ese modo se corona como tu reina, y vos, vampiro, necesitaras las venas sangrantes de sus vitales arterias.
Para entonces, ya te convirtió en adicto.
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