Desde siempre se ha dicho que la realidad supera a la ficción, si algo ha modificado el modo de leer es la literatura latinoamericana, que con su impronta del realismo mágico, pareció interpretarse como un modo de dar cuenta de una realidad muy particular de Latinoamérica, la idiosincrasia latinoamericana se volvió un consumo, aunque algunos comenzaron a reflexionar sobre el impacto de esta mirada extraña sobre lo nuestro, lo latinoamericano, nuestra forma de ver el mundo, de actuar.
Mucho de ello, para los analistas que quieren relacionar la literatura con el mundo, quizás se produjo una mixtura; en cierta ocasión, una escritora latinoamericana fue interpelada por la prensa sobre la relación de su composición familiar, en relación a una novela que escribió, la respuesta fue una anécdota; cuando la novela se publicó, toda la familia se ofendió, no se sentían bien representados en la ficción, pero cuando la novela se llevó a la pantalla, y el actor del patriarca fue el actor Jeremy Irons, el abuelo de la autora hasta comenzó a comportarse como el actor en la ficción, quería calzar en el personaje, y las relaciones familiares se restablecieron. Me reservo a propósito el nombre del libro y la autora, la anécdota siempre me resultó más interesante que el texto.
En esa dirección, hay decenas de interesantes aspectos literarios en donde la realidad del autor, la política, la economía, comienzan a tomar una forma de ficción, hasta confundirse; aunque la verosimilitud no es un recurso literario, es una gran condimento cuando el lector siente que su realidad está representada en un texto.
Es así que la actualidad, parece, en algunos casos de ficción; la realidad social actual es bastante complicada, asistimos a una especia de sismo en el lenguaje, pues hay muchas voces de reclamo sobre la representación del lenguaje en referencia al sexo, ya no sólo somos mujeres y hombres, hay una variedad de mixturas entre uno y otro género; si hasta el momento se había logrado diferenciar el “todos” de “todas”, logro de las luchas femeninas, actualmente se propone “todes” como una modo de inclusión de los géneros que se autodefinen intermedios.
Algunos académicos de la Academia Real Española, ya han puesto el grito en el cielo, y la situación ha fongoneado una situación ya compleja. Para empezar, hay una mayoría masculina que se opone, de hecho, el uso de la diferenciación entre todos y todas, ya significó una situación que más bien se emplea como impacto político, pero que no se ha transferido a la literatura; imaginemos el caso de un texto literario en el que se incluya una palabra que no existe, por el momento en la RAE: todes.
Para construcción de época, de perfil de personaje, parece adecuado, pero los principales gestores del cuidado del lenguaje, además de una mayoría masculina, son de edades avanzadas, difícilmente atiendan las necesidades de la redefinición de géneros, mucho menos el llamado lenguaje de inclusión.
Dejando de lado las razones, la mutación continua del lenguaje, y pensando en los grandes textos de literatura, ya hay dificultad para “traer” a la modernidad el lenguaje del Quijote, por ejemplo; escrito en español antiguo, por lo que la actualización es motivo de grandes tratados sobre el lenguaje y su interpretación, imaginemos ahora, que con el lenguaje llamado de inclusión, cuya palabra emblema es “todes”, borra de un plumazo el lenguaje de todos los textos actuales, sin excepción.
Aunque actualmente hay lectores ajenos a la discusión del lenguaje y se internan en la propuesta de las novelas sin necesidad de la nomenclatura, “todos”, “todas”, a “todes” parece quedarle un camino más largo.
Lo que pone en cuestión cuándo de la ficción, por ahora, puede dar cuenta del conflicto de mixtura de géneros que presenta la realidad.