La estética de la desnudez
Hay creencia a las que conviene adherir.

 

Yo me quedé en el medio, como ya comenté, en una vida muy para acá, o muy para allá. Otro ejemplo de ello es el asunto de la desnudez.
Cuando yo era chica, mi madre usaba fajas, venían evolucionando entre el uso de las ballenitas, armazón de tela, con rasos y cordones que cortaban la respiración,  hacia la lycra; antes se ahogaban los órganos, ahora además se asfixian, la lycra es un tejido que no deja respirar la piel.
El asunto es que mi madre a mi edad aproximada,  si no usaba la faja, los órganos se le caían, los músculos del estómago se le habían vuelto perezosos por falta de uso. Mi madre era una mujer-hipopótamo, porque como era como la mujer jirafa, pero de panza, una innovación de aquella; las mujeres jirafas son esas que se colocan aros en el cuello y lo van estirando hasta tenerlos tan alto que les resulta imposible vivir sin ellos, no podrían sostener el cuello por sí mismas.
Mi madre era una mujer-hipopótamo, tenía la panza sostenida por la faja.
Ahora, no hay razón para temer al problema de la respiración por culpa de la faja, o a que se caigan los órganos por no usarlas, ahora se usa la piel al natural.
La desnudez lisa y llana, pero no tan sana tampoco, porque estar muy desnuda, es como colocar el cuerpo en un mercado vacacional, en el que todos creen que pueden participar sin culpas.
En mis tiempos, qué asco, esa era una frase de mi madre, pero lamento necesitarla, en mis tiempos, digo, el asunto no era de fajas, pero tampoco de desnudez.
A mi madre le importaba el qué dirán, así que ella era discreta con sus indiscreciones, y así crecí yo, separando lo que se puede decir de lo que se puede hacer, y lo que no se puede decir, ni hacer a lo sumo, escribirlo en un diario.
Era como te iniciabas en la doble vida, la que escribías, la que vivías.
Ahora no hay mucha diferencia entre la que se podría escribir y la que se puede vivir, salvo en lo que le ley determine como legal, y la desnudez, no es ilegal.
Sin embargo, el problema de la panza persistió en mi generación, sin la faja y sin la desnudez.
Para mi que tal como comenté el otro día, es un rezago evolutivo, nos quedó sin función, la panza ya no está preparada para almacenar sustento por si nos falta comida varios días; junta grasa nada más y grasa inútil, no como la de los camellos que se almacena en al giba y se va derritiendo a medida que el camello va necesitando hidratarse, no, la grasa de la panza humana es completamente inútil, sirve para separar las mujeres de la faja, de la mujeres de la desnudez, y una en el medio sin la posibilidad de clasificarse en ninguna de las dos formas evolutivas.
Esta es incluso una protesta formal, porque de estas cavilaciones tiene la culpa la literatura, nos han llenado de protagonistas, testimonios, narradores, héroes, mujeres y hombres que viven vidas increíbles, y ninguno incluye la panza en el relato.
En la literatura lo que perdura es la palabra, o los personajes con cuerpos increíbles sin que hayan pasado por el gimnasio, al tiempo de los libros es tiempo de relatos o de acciones, nunca de gimnasio para bajar la panza.
Las tallas vienen todas reducidas, 36, 38, y en la vida real bajando, porque dicen que la pantalla aumenta al menos 4 kilos.
Ahora, hasta hay un programa especial para el tema de las panzas, o del peso en general, se los muestra como fenómenos, todo lo que exista entre la mujer de la faja y la mujer de la desnudez, va a parar a la mujer fenómeno de la televisión.
Al final las cosas del cuerpo nunca están en su sitio, no hacemos más que transmutarlas, el maquillaje, el corpiño, los tintes, los tacones, los liftings, no entiendo por qué hay tanto asunto con el tema del Body, al menos ahí, estaré expuesta en rodajas, pueden imaginarme, entera, y estar formándose una idea real sobre aquello que nos mentían las madres de antes: la verdadera belleza está en el interior.
 
Adelaida Sharp.
 
letras cuento narración relato