Muletillas
Esa pequeña huella del habla que involucra la creación de un personaje literario
El uso de la palabra, tanto escrita como oral, es un aprendizaje único de nuestra especie, no podía esperarse que fuera sencillo o inocente.
Nuestro cerebro, usado, según los científicos en una parte menor, expresa, quizás esos recovecos oscuros o desconocidos a través de bloqueos en el lenguaje. Con el lenguaje oral, la comunicación avanza, se expande, será por ello que el cerebro pone trabas, para evitar el desbocamiento, quizás en un alarde de prudencia, para darnos tiempo a pensar, hay muchas razones que se dan de tal comportamiento, el efecto es el uso de la muletilla.
Según RAE, la definición sería: Voz o frase que se repite mucho por hábito
La idea inquietante es que el cerebro toma el hábito de censurarse a sí mismo.
Sin embargo, como todo lo oral, en la escritura, puede perfectamente encajar dentro de una especificidad de personaje. Comer, moverse, una forma de hablar, son de gran utilidad literaria.
La muletilla, entonces analizada como recurso lingüístico, es una forma de mostrar un modo incontrolado en que se organiza lo distintivo de un personaje. Incontrolado por el personaje, controlado por el escritor.
Las muletillas de contagian, son estereotipos de zonas de participación, son automáticas, el hablante las adopta por múltiples razones, por pertenencia a un grupo, por sentirse incluido dentro de un estatus social, por establecer un código entre amigos, por introducir un lapso, un momento en el que permite al interlocutor intervenir, en fin, un sin número de razones, aparentemente más psicológicas que literarias, pero que no dejan de pertenecer al ámbito de uso: la palabra. En este caso: la repetición de una palabra.
Parte interesante de su análisis es la cantidad de sinónimos que presenta, en algunos casos con leves diferencias en su definición:
Según el manual de María Moliner, sería un sinónimo de cantinela, y se define como palabras o expresiones de relleno en cualquier escrito o discurso; palabra o frase innecesaria que se emplea solamente para completa un verso o conseguir una rima.
Lo cual ya establece la relación entre la oralidad y la palabra escrita.
Luego hay otras acepciones, como latiguillo, que en una conversación es una palabra o expresión que, de tanto repetirse, pierde su fuerza expresiva.
Así es, parece banal dedicarle a este aparente tropiezo del cerebro al hablar, un artículo sobre su importancia, y es que no puedo dejar de hacer notar que es una mera palabra, gigante en significados, ya que escapa al control del cerebro del hablante, se instala en su discurso y se puede considerar un indicador de una serie de pistas sobre el personaje.
En los análisis lingüísticos, desde el punto de vista la psicología, hay una clasificación, según qué muletilla se usa que determina características del personaje.
Describiré algunos:
Muletillas de mentes superiores (es una clasificación técnica, no un mensaje peyorativo).
Estas son de los personajes que necesitan asegurarse que les prestan atención y que el interlocutor no se distrae de su conversación, tiene a emitir un mensaje de preeminencia de su anécdota, aunque fuera trivial; usan la muletilla para darle tiempo al cerebro de “respirar”, de ordenarse en el relato.
Estas muletillas son del tipo: ¿entendes?, algo autoritario y con intención de establecer el poder de la palabra por sobre el interlocutor.
¿Me explico?, el personaje se cuestiona a sí mismo, pone en duda su claridad, lo que otorga una sensación de inclusión ficticia al interlocutor, ya que es retórica, no espera respuesta, pero emite el un mensaje falso de autocrítica.
Entendeme, Apela a la justificación, haciendo un descargo de culpas, una especie de pedido de absolución.
¿Lo pillás?, ¿te percatás? Puede ser irónico o provocador, sugiere que el interlocutor es poco perspicaz.
¿Sí?, es la más molesta para el oyente, lo coloca en el plano de la duda sobre su entendimiento y presupone que el que habla hace esfuerzos por colocar el relato en la forma más sencilla posible, hablándole a un oyente limitado. Es quizás una de las muletillas más humillantes, es muy usada por escritores de policiales, cuando el superior, decide humillar a un inferior, o simplemente cuando hay un escenario con intención de denigrar.
Aunque no parezca posible, hay otra más prepotente: ¿Ya?, que presupone que el interlocutor no puede digerir siquiera la información, y el hablante profiere las palabra lentamente, como si tuviera a un ser profundamente inferior como interlocutor.
¿Cierto?, que emiten los personajes que quieren dar imagen de lógica, de recapacitación intelectual, es un adorno del ego, ante discursos enrevesados que a su vez pretende que incluye no al otro, sino apelando a la complicidad de un supuesto entendimiento por parte del otro, aunque no son más que trampas del cerebro para soportar la carga de alguna frase o discurso verdaderamente complicado. Es una muletilla que pretende refrendar el propio discurso con el consentimiento tácito del otro.
¿Me seguís?, típico de instructores, personaje que se auto convoca en un tour aventurero que adopta el rol de gurú.
¿O qué?,¿Y qué?, es una interpelación agresiva, que intenta sostener el discurso del hablante con desafío, casi para darse ánimos a sí mismo. Hay una valoración de un duda, la diferencia con el disyuntivo “o”, arma una diferencia en lo reafirmante de la muletilla, en la afirmación, en la idea de que se “da la cara”.
Y por último en este grupo, el de mayor inseguridad:
¿No?, sintetiza un temor a meter la pata con lo que se está diciendo, revela que hay una sospecha sobre lo que se dice.
Luego, las muletillas de mentes inferiores, personalidades tímidas, retraídas, en casi todos los casos hay una intención de eludir o elidir el discursos proferido.
¿Quién es el que lo dice?, una muletilla que requiere de confirmación válida, delega la responsabilidad de lo dicho.
Como aquél que dice o Como el que dice, evita la afirmación personal, trata de invisibilizar  la persona y su propia palabra. A veces inventa situaciones imaginarias para ilustrar un relato. No se siente protagonista de sus propias situaciones, o no se cree que alguien crea que salieron de él.
No es porque yo lo diga, pero…, lanza el relato, esconde el culpable, el sujeto se declara impersonal, el del discurso es misterioso, oculto y lo avisa.
Como si dijéramos o diríamos se busca la complicidad en el plural, sin sugerir o confirmar, hay una intención de escudarse en el grupo.
Es un decir, aunque más arcaico que diríamos, se usa más, es una muletilla de lamento, se dice luego de que se ha emitido un discurso que después se encuentra inadecuado o avergüenza, intenta apoyar el mal rato verbal posterior.
Es decir, explica que se intenta explicar. Es como un trabalenguas, pero es así, se usa para reconfirmar o reafirmar algo explicado antes de otro modo. Expresa un intento de explicarse mejor, o resumir algo dicho anteriormente. Reconozco que adolezco del abuso de esta muletilla, es muy contagiosa, ya que es muy vista, muy usada, y se propaga bastante; lo que es una ironía en la era de las comunicaciones. Su uso denota inseguridad en la capacidad expresiva del hablante.
Por decir algo, expresa con modestia el relleno de un vacío, un momento incómodo que se llena con algún comentario.
Digo yo, de uso ambivalente, por una parte formula la presencia del hablante, por otro, rellena un momento incómodo en la que el hablante se encuentra inadecuado comentando algo, coloca en evidencia el discurso personal y resume la necesidad de asumir el momento incómodo, tal vez en un falso alarde de declararse independiente en la afirmación de algo que siente como disgusto, presuponiendo que asumir la culpa, la minimiza.
Digamos o diríamos, se usa para dar cuenta de una idea o discurso que no se debe tomar al pié de la letra; me gusta mucho esta muletilla, es muy literaria, es Borgeana, como ejemplo,  en el Tema del traidor y del héroe: “…Digamos (para comodidad narrativa) Irlanda; digamos 1824..”
Y era usual escuchársela en entrevistas (refiriéndose a cómo elige los lugares donde ocurren sus cuentos):
“…elijo lugares de Palermo, digamos, de Barracas, de Turdera, digamos en una fecha, por ejemplo…”
…Que digamos, realza las negaciones, amplificando su valor de negación.
Quién diría, de carácter retórico, nota sorpresa y acompaña una reflexión.
Quién dirá, No hay extrañeza como en la anterior, sino que expresa una inquietud por el futuro.
Esto…¿qué te iba a decir?, la fuga de una idea que postulaba a llenar un tiempo muerto, parece denotar tan poca importancia en lo que se iba a decir que se olvidó. En algunos casos se usa intencionalmente para preparar algo que se va a decir que se pretende que pase por poco importante, como anodino, pero en el uso premeditado hay un engaño consciente.
Qué querés que te diga… hay una sumisión del discurso, muestra intención de ceder la palabra, ante la advertencia de que si se continúa, lo que oirás será lo que quieras oír y no la verdad.
Qué querés decir con eso, es una frase de escape, que coloca el discurso en el otro para avadir una respuesta, o para poner al otro en aprietos o para tomar tiempo para pensar un frase.
Como o Como muy, no cuando se usa como adverbio de modo o de comparación estilística, sino como muletilla, usada como adverbio comparativo, pero repetitivo, que intenta relativizar el discursos, coloca lo dicho en un plano de lo inexacto, y de la pereza en la expresión, es un modo superficial de apoyarse en una muletilla que intenta pasar por un modo elegante de decir, aunque no deja de ser una muletilla.
Tipo o del tipo de, aunque considerada curso, es decir: pretendidamente elegante pero realmente ridícula, es recurrente en los discursos intelectualoides, parecida a como muy, o evolucionada de ella, implica una forma de expresión simplificadora en una clasificación de tipologías, o de grupos.
Pues nada o nada, se intenta minimizar lo que se está diciendo, pero tratando de evitar hablar de ello en realidad.
Como quien no quiere la cosa, describe un deseo que se consigue con facilidad, cuando se actúa que no se lo desea. Se profiere con algo de soberbia o de burla manifiesta.
De alguna manera o de algún modo, permite la vaguedad de las causas o confirmaciones de lo que se habla.
Luego, hay muletillas que apelan a la invasión del interlocutor, muletillas aparentemente conminatorias:
Mire o Mire usted o mirá vos, más bien gesto verbal, es curioso que la acción de mirar resulte en intención de imponer, transmite algo de ironía, pero asigna que el interlocutor atienda, que se informe, que se cuide, hay una acción de llamar a la curiosidad sobre algo a juzgar.
Callate, Manera extemporánea de solicitar la palabra o más bien introducirla a la fuerza. En algunos casos, es una forma recursiva de terminar una frase, que conmina a que no la interrumpan, porque sigue la alocución.
Imagináte: Como sustituto de punto, invita a visualizar lo que se cuenta, anuncia acontecimientos, eventos extraordinarios, o impresiones sobre sucesos, se usa para enfatizar o exagerar lo que se habla.
Fijáte: Variante de lo anterior, pero con sólido matiz de llamada de atención, de advertencia, implica complicidad, sugiere un principio de confabulación, relato que se ha compartido previamente y pre valorado.
Escuchá, verbo imperativo, un poco asusta, un poco impone. Previene que se va a decir algo que le interesa más al otro que al hablante, predispone y conmina a no ser interrumpido.
Seguramente me he dejado algunas afuera. La idea fue plantear una herramienta en la construcción de personajes con este pequeño recurso, que en definitiva contribuye a la pintura, a la carnalidad de un personaje,  tanto como cualquier otra palabra del lenguaje coloquial.
 
 
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Ana Abregú.

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