Conocí la obra de David Macaulay en los ’80,cuando era representante en Sudamérica de la editora bostoniana que había publicado gran parte de sus trabajos: libros con dibujos, de su autoría, sobre grandes obras arquitectónicas. Macaulay elegía una construcción ficticia, del pasado remoto al siglo XX, y fabulaba sobre cómo se habría construido; ilustraba el entorno, desde los arquitectos, hasta el último artesano que participaba en la obra. Conservo seis de sus libros: Pyramid ─la construcción de una pirámide ─; Castle ─la erección de un castillo─; Cathedral ─la reconstrucción de una catedral medieval destruida por un incendio, ahora que lo pienso, cualquier semejanza con Notre Dame, no es puramente ficcional, “al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías”, sentenció Borges─; Unbuilding ─la deconstrucción del Empire State adquirido por un millonario excéntrico para erigirlo de nuevo cerca de su propiedad en otro país─; City ─como se planeaba y asentaba una ciudad del imperio romano, desde la elección del lugar hasta que terminaba habitada─; y uno, particularmente irónico, crítica a interpretaciones de arqueólogos: Motel of the Mysteries.
De agosto a diciembre de 2002 viví en Rhode Island, donde en mi carácter, no de príncipe consorte sino de príncipe con suerte, acompañé a Beatriz que fue contratada como profesora. La estadía dejó el fin de una relación fluida con uno de nuestros escritores fetiche y la frustración por no haber logrado un encuentro y entrevista con David Macaulay ─se graduó y vive en esa ciudad─; entre otras cosas; en septiembre de ese año se conmemoró el primer aniversario de la destrucción de las Torres Gemelas, hecho que alteró el calendario académico del semestre.
El relato de Motel of the Mysteries, ocurre en un distante y futuro siglo XL, miles de años después de una hecatombe que devastó la zona ─una vasta llanura entre México, Estados Unidos y Canadá─, en ese momento cubierta por vegetación y detritos. Guiados por referencias de National Geographic Magazine, un arqueólogo y colegas investigan unas ruinas; los restos del cuarto 26 de un motel de finales del siglo XX; de ahora en más: la “Tumba 26”; donde encontraron dos esqueletos. Los objetos rescatados en la Tumba 26, además del esqueleto en la cama y el de la bañadera, son interpretados como una cámara sepulcral: la cama, una plataforma ceremonial; el tanque del inodoro, un equipo de reproducción de música sacra; los cepillos de dientes, aros litúrgicos; la bañadera, un sarcófago; el asiento del inodoro, un collar ceremonial; y una gorra de baño, una diadema. Los hallazgos son publicados en un catálogo, con dibujos de un hombre y una mujer ataviados con ellos.
Los descubridores de la Tumba 26, ganan fama y reconocimiento mundial, el lugar deviene en museo y, la reproducción de algunos objetos para la venta al público resulta en atuendos muy buscados y un grito de la moda. Tiempo después, la extraña muerte de los arqueólogos hace pensar en una maldición ancestral por profanar un sepulcro sagrado y el lugar se clausura a las visitas. Las primeras lecturas de Motel of the Mysteries, me llevaron a la previsible referencia: lord Carnavon y su equipo, el hallazgo de la tumba de Tutankamón, su repentina muerte meses después. En los últimos años estimo que la ironía ─y el mensaje─ de ese libro llevan a otra mirada de lo que pueden ser, por llamarlo de alguna manera, “ficciones arqueológicas”, ahora avaladas por tecnología y soporte científico cada vez más desarrollados, también en lo que hace a datación y análisis de los cuerpos.
Uno de los últimos hallazgos en Pompeya, los restos de un joven y un adulto, estudios mediante, fueron catalogados como el de un esclavo y su amo; podrían haber sido, dos hermanos, dos amigos, padre e hijo o dos vecinos. Otro tanto pasó con Ötzi, el hombre de Similaun quien, de mero accidentado, pasó a ser asesinado de un flechazo en la espalda. De Ötzi, sabemos: edad, grupo sanguíneo, intolerancia a la lactosa, parásitos y dolencias, sus últimas comidas; sabemos cómo eran sus ropas, armas y equipo. Sólo ignoramos por qué sus asesinos dejaron el hacha de bronce, elemento valioso para la época, al igual que el resto de su atuendo y ajuar.
Pero las palmas de estas “ficciones arqueológicas” es el reciente descubrimiento, en una cueva de Asturias, de un importante volumen de monedas romanas procedentes de distintas cecas del imperio. El hallazgo fue consecuencia de la borrasca Filomena que, a principios de enero de 2021, provocó una oleada de frío y copiosas nevadas en el noreste ibérico. A comienzos de primavera un vecino y dos arqueólogos visitaron la gruta de La Cuesta de Berció y encontraron monedas, informaron a las autoridades y empezaron las excavaciones con el resultado doscientas diez piezas. ¿Cuál es el papel de la borrasca Filomena?: la reconstrucción del hecho por los investigadores.
Según barruntan, en el interior de la gruta vivía un tejón, pasado el frío salió de la madriguera y empezó a escarbar a la procura de lombrices, bayas o insectos para alimentarse, en la búsqueda introdujo las patitas en una pequeña grieta abierta junto a su refugio; desenterró unas piezas metálicas, frías, duras e incomibles que dejó en la superficie. La nota periodística que informa del descubrimiento es pródiga en apodos, el tejón también es un pequeño tasugo omnívoro y un mustélido, de él no sabemos, a diferencia de Ötzi, edad, sexo o dolencias, sólo la presunción de ser el descubridor de las monedas. También, se supone que el tesoro fue escondido en la cueva alrededor del 409, ante la amenaza de la invasión de los suevos y, sería parte de un entierro mucho mayor hoy inexistente e irrecuperable porque cayó por una grieta sumidero.
Un informe posterior de investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid, recuerda que la gruta de La Cuesta de Berció siempre fue visitada por cazadores de tesoros, que buscaban la que, desde el siglo XVIII es conocida como la gruta del rey bárbaro Godulfo, “monarca que solo reinó en la imaginación popular”. Algo semejante pasa con nuestro gaucho Rivero, quien en octubre de 2014 pasó a ilustrar los billetes de 50 pesos, retirados de circulación tres años después; sólo que las versiones de su vida oscilan entre el pedestal y el prontuario. Porque, de haber existido, bien se puede parecer al guerrero del tango de Discépolo: “ni murió ni fue guerrero /como me engrupiste vos”. Si hay algo que hace fascinante a la arqueología, es el margen de ficción que la sustenta.
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Obra Derivada 4.0 Internacional.
|