En La incertidumbre del gato, me dejé llevar por las imágenes que tienen los dueños de sus felinos y dos de las características asociadas a postulados de la ciencia: “El principio de la incertidumbre” y “El gato de Schrödinger”, pero encontré pocos ejemplos de gatos protagonistas literarios. Lo cual no quiere decir que no existan; están los personajes del poemario de T.S. Elliot Old Possum’s Book of Practical Cats (El libro de los gatos hábiles del viejo Possum), una colección de poemas humorísticos sobre los hábitos sociales y la sicología felina. También está el Gato con Botas y un personaje ubicuo y entrañable por excelencia, el Gato de Chesire, de Alicia en el país de las maravillas, del que casi siempre se presenta solo la cabeza, cuando aparece en medio de un partido de croquet; la reina, para no perder la costumbre, ordena que le corten la cabeza, lo que ocasiona una discusión con el verdugo que alega que no hay cuerpo del cual separarla.
Dentro del mundo de los comics, Garfield es mi gato favorito, omnívoro saqueador de la heladera, amante de las lasañas, de dormir todo lo que puede y martirizar al dueño y al bobo perro Odie. En dibujos animados a los gatos les ha tocado el doble rol de taimados, como los gatos Si y Am de La dama y el vagabundo, o los Aristógatos.
Los perros han tenido una participación literaria más activa; cuando Ulises regresa a Ítaca, de incógnito, luego de veinte años de ausencia, es reconocido por su perro Argos, que lo ha estado esperando, y luego muere. En Viajes con Charley, John Steinbeck narra un recorrido de más de quince mil kilómetros en caravana; atravesó treinta y cuatro estados en compañía de su caniche francés. A lo largo del viaje, el autor dialoga con Charley, lo consulta, y a veces discrepa. Jack London rescató de su experiencia buscando oro en Klondike a dos personajes caninos memorables como paradigmas del alma humana y, también, imágenes especulares: Buck de El llamado de la selva, perro doméstico secuestrado y vendido como animal de tiro, que opta por adaptarse a la vida libre y salvaje y fuera de toda compañía humana y el lobo de Colmillo Blanco, que termina por integrarse a la civilización.
En el otro extremo del alma humana, la Malpapeada, la perra de Liceo Leoncio Prado en La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa, es víctima de infinitas crueldades por parte de los cadetes, en algún momento el Jaguar que se había contagiado de ladillas se le ocurrió echárselas a la perra, que se empezó a rascar frotándose contra las paredes y quedar totalmente ulcerada, a lo que el Jaguar concluyó “si le echamos ají se va a poner a hablar como un ser humano”, curiosamente se curó. La ciudad y los perros, es una novela sobre el autoritarismo, la violencia en el liceo militar donde solamente los más autoritarios y crueles sobreviven; curiosamente la perra, protagonista canino, es la víctima incapaz de articular su defensa.
Está el inolvidable y querible Montmorency, el foxterrier protagonista de Tres hombres en un bote sin contar un perro, asesino serial de pollos y gallinas y que, en la ausencia de su dueño, era sacado por el jardinero a un centro de apuestas porque “mata ratas contra reloj”.
Pero hay un gato que se lleva las palmas en la ficción, ya que no literaria, cinematográfica. En El tercer hombre de Lou Reed, Holly Martins, escritor de novelas del oeste llega a Viena porque su amigo de la infancia, Harry Lime, le ha ofrecido trabajo; ni bien arriba se entera que Harry, ha muerto el día anterior, de inmediato, el encargado de la policía británica ─la ciudad se halla dividida en cuatro sectores, ruso, norteamericano, francés e inglés─, cuando cae en la cuenta de que Holly no tiene nada que ver con las actividades criminales de Harry, lo pone al tanto de estas y lo conmina a regresar a los Estados Unidos, pero Holly no cree en la culpabilidad de su amigo, está convencido que lo han asesinado y se propone hallar a los culpables. A tal fin, y en busca de información, Holly entrevista a Anna, la novia de Harry, empieza a frecuentar su compañía y se termina enamorando de ella.
En algún momento, en la casa de Anna aparece el gato de Harry y ella le explica al escritor que el gato solo se daba con Harry; de regreso al hotel, Holly ve al gato y lo empieza a seguir. Toda la escena que sobreviene dura poco más de dos minutos, por obvio que resulte decirlo, no existe vigor en el cine si no está plasmado eficazmente en imágenes. Los ciento veinte segundos de esta escena son captados por una cámara con enfoques torcidos, planos expresionistas, grandes angulares y exagerados claroscuros. De repente, en un umbral en ruinas se ven un par de zapatos negros y el gato que se refriega contra ellos; la oscuridad es rota por un spot y la cámara sube, pantalón negro, sobretodo negro, sombrero orión negro, el difunto Harry Lime, el más atractivo y seductor villano de la galería del cine negro, le dirige una sonrisa a Holly y desaparece entre las sombras.
Pocas veces he visto conjunción entre personajes, técnicas de cámara y música. Porque, esta escena de la antología del cine negro es inconcebible sin el fondo del tema Harry Lime, en la cítara de Anton Karas.
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