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DaniloAlberoVergara 12/30/2019 | 05:12:29  
 
Biotas verbales y el pájaro dodo
Danilo Albero Vergara escritor argentino
Tags:
  literatura   literatura latinoamericana   literatura sudamericana   literatura sudamericana   Danilo Albero Vergara   escritores argentinos   escritores latinoamericanos   novelas de escritores argentinos
 

Dos noticias recientes me recordaron al dodo. La primera, la aparición de un pequeño ciervo vietnamita, también llamado ciervo ratón o chevrotaína de lomo plateado (¿!), que se creía exterminado hace 30 años; la segunda, ocho avistamientos en menos de cincuenta días del tigre marsupial de Tasmania que fue oficialmente dado por extinto hace ochenta años.

En el capítulo 2 y 3 de Alicia en el país de las maravillas aparece el pájaro Dodo ─con mayúsculas porque es el nombre de un protagonista─ uno de los más simpáticos y extraños personajes de la novela. El lápiz de John Tenniel ha inmortalizado su imagen y está recreado a partir de restos de su especie que está en el Museo Natural de Historia de Oxford, donde se inspiró Lewis Caroll para incorporarlo en la novela.

Dicen lo que saben que Charles Lutwidge Dogson, más conocido como Lewis Caroll, era tartamudo, por lo tanto al pronunciar su apellido lo primero que lograba articular era el nombre del pájaro, de allí la elección. El dodo, como nuestro ñandú, no volaba y vivía en las islas Mauricio donde fue avistado por primera vez en 1538 por marineros holandeses que llegaron para establecer una colonia; el último registro de uno de ellos vivo es de 1680. Su desaparición tiene algo que ver con algo que sentenció Martín Fierro: “cuando la hambre se siente / el hombre le clava el diente / a todo lo que se mueve”, sumado a registros de cronistas que dicen que su carne era deliciosa. Hasta abril de 2018, se suponía los restos del dodo de Oxford, los mejor conservados y que permitirían recuperar el ADN y utilizarlo para revivir la especie ─Michael Crichton ha dado el rumbo con su novela Jurasic Park─, provendrían de un ejemplar traído vivo a Inglaterra para ser exhibido como una especie exótica. Así, luego de muerto, el dodo fue disecado por un taxidermista, y de allí a la colección de algún chupamedias real para recalar en el Museo Natural de Historia de Oxford.
Pero una noticia de BBC Culture de mediados de año sacó la verdadera historia a la luz con un título revelador: Who shot Lewis Carroll’s dodo? Forensic scans reveal mystery death (¿Quién le disparó al dodo de Caroll? El escaneo forense revela su muerte misteriosa). El informe viene acompañado de una radiografía del cráneo del pájaro en cuyo occipital se notan, claros los orificios de perdigones del tipo utilizado, por aquellos años, para cazar volatería. Queda en claro que el ejemplar fue ejecutado por algún alcahuete real, en alguna cacería amañada a las que son tan partidarios los nobles, entre otros Eduardo VII, Francisco José I, y el rey de morondanga coronado por un sangriento dictador, Juan Carlos I, que se dedicó a los elefantes ─como sólo los que saben me entienden aclaro, estas cacerías amañadas consisten en que el noble se queda apostado y cómodo en un lugar mientras los monteros sueltan presas y las azuzan en su dirección; algo semejante a cazar en un zoológico.
Más allá de esta historia que, de nuevo, nos remite al Martín Fierro ─“Y aves, y bichos y pejes, / se mantienen de mil modos; pero el hombre en su acomodo / 
es curioso de oservar: / es el que sabe llorar, / y es el que los come a todos”─ y nos muestra que el homo sapiens es capaz de exterminar no sólo a sus semejantes, también cualquier especie animal; menos dos que son inmortales: las ovejas negras y los chivos expiatorios. Y de este exterminio no escapan las palabras.
En las biotas verbales las palabras también tienen sus ecosistemas, y una vez roto este equilibrio, por desaparición, ausencia o mutación de los objetos o actividades que designan, desaparece la cadena de vocablos y maneras de pensar o vivir ligadas a ellos. Desgraciadamente muchas palabras no tienen la suerte del dodo y no hay manera de reconstruirlas a partir de su ADN. Su certificado de extinción es firmado por la Real Academia Española y se basa en su poco uso; un informe reciente revela que, desde 1914, se han dado de baja 3000 palabras. Del listado y dado mi condición de camasquince ─término dado de baja: persona entrometida, sinónimo de metomentodo─ verbal rescato algunas que merecen ser revividas:
adó: (de a- y do), adonde.
alarse: irse, marcharse; mucho más bella y eufónica que su equivalente “tomarse el portante”, tan caro a Cortázar.
bósforo: Estrecho, canal o garganta entre dos tierras firmes por donde un mar se comunica con otro. Esta palabra tiene una etimología preciosa, de la cual cuenta Ovidio en Metamorfosis, y tiene que ver con la historia de los amores de Io y Zeus; literalmente significa el vado o paso de la vaca (bous: vaca y phoros pasaje; acepción semejante a Oxford), que dio nombre al estrecho que separa Europa de Asia.
cadascuno: cada uno.
cadávera: cadáver. Término muy adecuado a la nueva moda del lenguaje inclusivo, tan caro a una chambona ministra de educación de estos andurriales que empezó un discurso dirigiéndolo a “jóvenes y jóvenas”; así su homónima mexica podía empezar el suyo para el Día de los Muertos en México con un “cadáveres y cadáveras”.
evolar: salir volando, relacionada con alarse.
rebatoso: arrebatado, precipitado.
quizabes: quizá.
Me queda en el tintero, palabra destinada a desaparecer porque cada vez se escribe menos con tinta y la mayoría de las estilográficas se recargan con cartucho, la tierna cocadriz, que hasta 1914 definía al femenino de cocodrilo. Aunque la única persona que conozco capaz de notar la diferencia y usarla acertadamente es el desopilante Cocodrilo Dundee, el de la película.

 

 

 

 

 





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