Como todo a los que les gusta leer, recorrer librerías es una actividad inherente, los pies conocen solos los espacios a recorrer, estanterías, la mirada encuentra por sí misma aquellos libros que nos buscan; los libros tienen un alma que le dedica a un lector particular, sobre todo en literatura latinoamericana, que es de mi preferencia.
A pesar de las novedades, de la riqueza literaria novedosa, sobre todo con el advenimiento de los medios digitales que orientan la literatura hacia nuevos lectores, más acordes con nuevas formas de leer, además del cambio de soporte, que permite un alcance a los libros más fácil, sobre todo ediciones que no se consiguen, ante la falta de emisión en papel, la alternativa electrónica es muy buena.
Un problema paralelo que provoca el impasse hacia nuevos paradigmas de lectura es el tránsito entre uno y otro, las obras en proceso de digitalización no siempre son las obras que queremos leer.
Hay grupos dispuestos a digitalizar cualquier cosa que le pidan, el problema radica en cómo hacerles llegar ese preciado tesoro que algunos tienen, y pensar en que el libro será sometido a un escaneo que quién sabe con qué cuidados.
Una vez ayudé en el proceso, con todo el amor que pude, y aún así, sangré por las páginas que nunca quedaron tan impecables como antes del proceso, sobre todo porque escanearlo no es lo único, luego requiere de lectura de comparación y de calidad, después de someterse el texto a un proceso de reconocimiento de caracteres que lleva el libro a la siguiente etapa, a las siguientes manos.
Como sea, todo ese proceso para libros cuyo estado ya es de años y que se mantiene dependiendo del dueño de la biblioteca, deja una sóla acción: buscar en las librerías de viejos y hacerse de un ejemplar, los libros en papel, serán un lujo para cuando ya no estemos, y es probable que ni siquiera se los consiga en formato digital, no porque no estén o porque no haya quién los tenga, sino porque las preferencias de los que digitalizan, en tanto escala humana, hace imposible que puedan interesarse por todas las obras que merecen digitalizarse, libros que están en búsqueda de su lector.
Al momento de esta reflexión, y solo por el espíritu de abundancia y previsión, algunos libros me gustaría tenerlos digitalizados, aunque ya los leí en papel. Libros improbables, para quien lea estas palabras en unos años, tendrá la impresión de que los he inventado, que nunca existieron, que son de cuentos borgianos.
Entre ellos puedo citar algunos en este momento, y seguro me quedarán miles en la tinta borroneada de la memoria; Morirás Lejos, de José Emilio Pacheco, Farabeuf de Salvador Elizondo, Pálido fuego de Vladimir Nabokov; son una tríada infaltable.
Cuando ya no exista el papel, y los libros que hay sean tratados como joyas de la corona, ya debería haber un método mejor incluso, que los medios digitales.
No quiero preocupar a los lectores, pero los medios magnéticos son perecederos, rápidamente, un CD no “vive” más de 3 años sin pudrirse o sin que la información que guarda se vuelva irrecuperable. Los discos duros, con suerte, un poco más de 10 años, y todo esto, suponiendo que en ese tiempo aún existan los dispositivos para leerlos, que viven su vida de degradación tan rápido como una mariposa que viven una semana, esa que, en tan breve tiempo, cuando mueve las alas llueve en Nueva York.
Reflexionando sobre esta cuestión con el escritor Danilo Albero Vergara, entusiasmado con la propuesta, me indicó su propia lista, Triste finde Policarmo Quaresma, de Lima Barreto, Las mil y una noche argentinas de Juan Draghi Lucero, Las Batallas en el Desierto de José Emilio Pacheco.
Ser sensible a los tiempos que corren es ser consciente que todo eso que parece abundar en las librerías, desaparecerá, que aunque no se puede hacer de la casa un depósito de libros, algo hay que aportar.
Por lo pronto, estar en las librerías y abrirse a la convocatoria de ese libro que te busca como lector es un buen comienzo.