En ocasiones se confunde expresión artística provocativa con arte despectivo, es una característica propias de los artistas plásticos ir más allá, tomar el arte y provocar caos, reacción, si esa reacción produce repugnancia, rechazo o cualquier problema de orden político o religioso, más exitosa parece la propuesta del artista.
Hay algunos famosos escándalos que aparecen en todos los medios, bastante conocidos, como el famoso Cristo de Ferrari, que levantó las banderas del cristianismo, que lo tomó como un agravio, así como otros casos respecto a otras religiones, y ni hablar de la proliferación de provocaciones en el campo de la política, sin embargo, y para estar a la altura de los tiempos, me gustaría proponer un tema actual, cuestionado, en rebelión: la mujer, su historia y condición permanente de sacudirse el rol y destino que pretenden endilgarle.
El arte se hace eco de la expresión de una mujer que vive en un mundo en el que se está produciendo una bisagra pero aún porta el sistemático condicionamiento de su sexo al que algunos le asignan el hecho de la diferenciación biológica, la posibilidad de la maternidad.
Esta reflexión va de la mano de la obra de la artista plástica, Silvia Albuixech, y en especial de la obra que expone en Espacio pictórico, de la que ya di cuenta en Cultura y pintura, artículo que ha producido no pocos comentarios sobre el rol de la obra o mi interpretación, que por error se traslada a las intenciones de la autora.
Cada obra se analiza según el tiempo en que la obra atrae el interés del espectador; tampoco me parece vacía la relación de la inspiración de la autora, el tema o las circunstancias que detonan su arte; es una discusión parecida a qué nació primero, el huevo o la gallina, lo cierto es que hay aspectos de la historia del arte que van paralelos a la historia que transcurren, no puedo dejar de mencionar el caso más paradigmático de El Guernica de Pisasso; sobre la intención, podría ser que quiso dejar testimonio, o una advertencia, lo cierto es que la obra excede la intención del artista e impacta al espectador, sobre todo al que comenta sobre la obra, la experiencia estética, la experiencia sensorial del arte de un misterio, que al menos en mi caso, quisiera que permaneciera como tal, porque que cada caso me sorprende.
Somos arcilla frente a la belleza. Sobre si la obra da cuenta de la experiencia de la femineidad en contraposición al mundo de la tecnología, es una discusión interesante, sobre todo porque proviene del impacto de la propia obra, lo que es, en definitiva, el objeto de atención.
N o es una discusión sobre la cosa feminista o el arte, lo interesante es la mirada diferente, la pregunta, la interrogación que frente a una obra, el espectador provoca, a su vez.
Sobre arte pocos prefieren opinar, aunque hay obras que provocan vencer esa timidez, como la propuesta del escritor Fontanarrosa, en una de sus novelas, sobre un artista plástico cuya obra se vendía con instrucciones para alimentar al humano del cual la obra formaba parte, o aquella en la que una artista se coloca a sí misma en una especie de camilla de hospital, durante el desarrollo de la exposición de sus obras, o aquella, local, donde el hijo de Jorge Porcel, formaba parte de la obra, exposición que vi en ArteBa, en Buenos Aires, no recuerdo qué año, y el hombre, de considerable peso específico o masa, se la pasaba montado sobre una estructura cuya sensación física era, por lo menos cuestionable. El hombre se la pasaba pidiendo que le alcanzaran bebidas, nunca sabremos si era un guión, parte de la obra, o realmente la estaría pasando mal ahí arriba.
En definitiva, la dicotomía sobre si una artista aprovecha su tiempo o se inspira en él, es irrelevante para las consecuencias que produce el objeto artístico y el acto artístico en sí mismo.