Hay una vieja característica que se le adosa al arte como una condición ineludible: el ser único. Las obras de los grandes pintores se comercializan a precios incomparables por ser únicos, aunque ya no irrepetibles, el original aumenta su valor en la medida en que es apreciado en las diferentes épocas.
El arte en las computadoras parece haber llegado para perturbar la situación, las obras se reproducen, no en lo referente al hecho de que pueden exhibirse, lo que es un beneficio, tanto para los vendedores de arte, como para los artistas plásticos, sino porque se realizan obras propiamente.
De hecho todo un movimiento de artistas pop utilizan el propio medio, las pantallas, el software para generar arte, y ello ha producido una explosión de exposiciones en galerías que parecen diferenciarse de las galerías tradicionales, planteándose una especie de categoría de arte.
Para los gestores de arte las cosas se ponen eclécticas, lo comercial se mezcla en las decisiones de prestar espacio, no sólo por difusión, sino también por preferencias del público.
Algunas galerías de arte se precian de contar con material de alto nivel, como la vieja escuela lo indica: original, de calidad, único; no sólo por la realización al viejo estilo sin computadoras o pantallas, sino por definiciones dentro de modelos artísticos, incluso de elementos, la tela, el acrílico u otros, la mano de artista, su calidad.
Las vanguardias artísticas se abren a todo lo que signifique restricción o definiciones, de manera que el arte en pantalla, es un desafío también; aunque se ha creado una subespecie de clasificación alternativa para las tendencias en el uso de la tecnología respecto a las obras; hay algo que subyace en la diferencia, mientras en las obras en tela, con técnicas manuales, la luz es una protagonista, en las pantallas la luz no es necesaria, no parece ser especialmente parte de un logro del artista, sino más bien un elemento de disponibilidad tecnología y no de la intervención del artista.
Podrían hacerse muchas cuestiones a esta afirmación, ya que el artista mismo está sujeto, no sólo a su instrumento óptico, el ojo, y su habilidad para representar la luz, y los colores, sino también al instrumento de apreciación, el ojo del espectador; siempre se está sujeto al instrumento de apreciación del arte, ya sea en la tela o en la pantalla.
Siempre hubo discusión sobre los materiales de generación de arte, el caso arquitípico es el ready-made, la propuesta de Duchamps que en 1917 cuando en la muestra de artistas independientes exhibió un mingitorio, y con ese gesto realizó una declaración importante de independencia del arte de su intención de representación.
El arte es lo que el artista considera que lo es.
Los adjetivos de moroso, delicado, exclusivo de que goza el arte manual, el que realiza el artista frente a la tela, es también una prefiguración fingida de la luz, o de los colores, no es realista, ni se contrapone al expuesto uso de la luz de una pantalla, el verdadero valor subyacente, es la posibilidad de la réplica, parte del valor de arte es su exclusividad, el arte que se realiza con la computadora se puede replicar, copiar, difundir, las protecciones usuales que se pueden intentar con un cuadro no son una garantía de su valor o apreciación.
Sin embargo, el arte en la pantalla empieza a ser una “costumbre”, desde el fondo de las pantallas de las computadoras, hasta las obras que se realizan con software artísticos, como los de ilustración o tratamiento de fotos, que en manos de artistas generan imágenes, gráficas, fotos y todo tipo de respuestas que se aprecian como arte.
Seguramente nada está dicho en el arte, y la discusión continuará.