El desarrollo del arte es el desarrollo de la humanidad, la manifestación de dar cuenta de un tiempo detenido, un instante, algo que no se volverá a repetir nace con la humanidad misma, la apreciación por la forma artística de expresarse, es también un rasgo que nos convoca.
La pintura suele verse como un documento de algo que fue, es también un instante que no vuelve a repetirse, tanto para lo que haya expresado en ella como para el artista.
El espíritu de las épocas, las tendencias, los descubrimientos son características que se encuentran en las obras de arte de todos los tiempos, son un legado para las próximas generaciones, la historia y el desarrollo que alcanzamos.
El arte es la médula del planeta, la visión más desarrollada del refinamiento en la interpretación del mundo.
Las formas de la conciencia se modela con el arte, a pesar de no ser percibido, nuestra mirada apreciará el arte aunque no podamos definir su propósito, pero nos veremos impactados por su efecto.
La actitud humanista, la capacidad de apreciar el arte, que en ocasiones se da por llamar espiritualidad, es prácticamente una actitud en la que nos vemos sumergidos, se modela con los climas culturales de las épocas, que en ocasiones adopta principios y características de producción movidos por corrientes artísticas con las que se convive.
Las aspiraciones interiores orientan la capacidad de percibir el arte como una forma individual de comunicación de la obra hacia el espectador, del espectador hacia la obra; el artista muchas veces se considera un médium de ese contacto.
Como seres humanos crecimos, así como las diferentes escuelas de los artistas plásticos que en cada época trabaja con la materia delicada de la época en la que se inmerso.
El arte no tiene alma, afirman algunos, el alma es del espectador, un cuadro es un campo intemporal del misterio que se revela al espectador, porque sólo él tiene la llave para abrirlo, como en un rito que se inicia cada vez.
Es ese momento único entre el observador y el cuadro el que se intenta atesorar, y le otorga valor al arte, como cuando se crea una moneda y mientras más se use, no sólo representa el valor intrínseco, sino que además tiene el valor que le da el uso, el pasar de mano en mano; cuando la misma moneda es aprovechada por muchos, también evita que haya que reemplazarla con el costo de producción consiguiente, la misma moneda vale más, sólo por el hecho de ser traspasada en el tiempo. De la misma forma, el valor del arte crece, en la medida que se traspasa entre las miradas.
Aunque haya tratados sobre una pintura, no es posible dar cuenta de ella con las palabras, porque la palabra es limitada y sólo disponemos de las que el lenguaje nos provee.
La cuestión de la unicidad de una obra, el hecho de que se exponga en un museo y esté disponible para los visitantes, le otorgará el valor que le da el tiempo propio, y el tiempo del observador.
La cualidad de unicidad e incluso de antigüedad es la clase de discusión que enfrenta el arte con las nuevas tecnologías, la posibilidad de replicación, altera el valor temporal de la obra, el hecho de que pueda reproducirse en diferentes medios e incluso reproducirse de forma idéntica, es una de las discusiones de la era actual; el observador ya no parece ser un valor que aporte a la obra, sin embargo, la discusión sobre el arte y la temporalidad sigue teniendo importancia para la obra, aunque nuevas formas de ver el arte impactará sobre la obra, tomará nuevas características y en definitiva, se encontrarán las palabras en las que calzar una obra, palabras que en definitiva, no acercan más la obra al espectador que su propia espiritualidad.