Guerreros y poetas suelen ser actividades afines y, en períodos de la historia, representan el Zeitgeist (Zeit, tiempo; Geist, espíritu o fantasma); atmósfera intelectual, gusto o preocupaciones de una época.
Una arbitraria antología de escritores testigos, o partícipes, de batallas lleva de Esquilo a Hemingway, Sigfried Sasson, Apollinaire, D’Annunzio, James Salter y el fotógrafo Robert Capa; pasando por el Infante don Juan Manuel, Cervantes, Stendhal y Walt Whitman. En estos casos, con variantes, el fervor guerrero extremoso es letal para el devenir del escritor; como el poeta Garcilaso (1491-1503) quien, ante un comentario despectivo del monarca por el coraje de sus tropas, en la batalla de Le Muy, atacó la fortaleza a pecho y cabeza descubierta y fue herido mortalmente de un cascotazo; el exquisito letrado cruzó el Aquerón prematuramente. Garcilaso dominaba griego, latín, francés e italiano, utilizó en su poesía recursos estilísticos del petrarquismo y fue referente indeleble de colegas españoles. Murió como un soldado por no defender con palabras los hechos; por suerte, para otros, “Que la lanza no embote la pluma, Sancho”.
El tópico literario “poetas guerreros” -armis et litteris- fue explicitado por Gastiglione, contemporáneo de Garcilaso, en El cortesano; cito la exquisita traducción de Juan Boscán, de la misma generación: “... no dexais de entender que, en las cosas graves y peligrosas de la guerra, la verdadera espuela es la gloria y quien se mueve por intereses de dinero o de otro provecho alguno a pelear, demás que nunca hace cosa buena, no merece ser llamado caballero sino ruin mercader... que la verdadera gloria sea aquella que se encomienda a la memoria de las letras, todos lo saben, sino aquellos cuitados que la inoran. ¿Qué hombre hay en el mundo tan baxo y de tan vil espíritu que, leyendo los hechos de César, de Alexandre, de Scipión, de Aníbal y de otros muchos, no encienda en un extraño de parecelles y no tenga en poco esta nuestra breve vida por alcanzar la otra de fama perpetua...?”
Armis et litteris, quizá sin esta definición, es un concepto común a otras culturas, a propósito de esta nota revisité un libro leído en 2018, remonta a China, doce siglos antes de Garcilaso: Wen fu prosopoema del arte de la escritura, de Lu Ji (261-303). El autor, nacido y educado en una familia de militares, con 14 años, a la muerte de su padre, se encargó de sus tareas y obligaciones. Así, pasó gran parte de su vida fuera del hogar, dedicado a combatir y leer. En un período de paz volvió a sus lecturas favoritas y a escribir el Wen Fu. La primera reflexión del libro certifica sus búsquedas estéticas: “A menudo, cuando leo las obras maestras de los grandes escritores, tengo la secreta esperanza de poder captar su verdadero espíritu”.
Esta confesión lleva al puerto del que artistas y escritores zarpan: una tradición en la que incluirse. Ahora, es imposible hablar de escritor y tradición sin hacer escala en “El escritor argentino y la tradición”, conferencia de Borges, publicada en 1953. Allí reivindica y concluye que el derecho de nuestra tradición literaria es toda la cultura occidental. Borges no menciona –suposición mía, pero las coincidencias en planteos, ejemplos e hipótesis son contundentes– un artículo de Machado de Assis de 1873: “Instinto de nacionalidade”. En él, Machado de Assis hace las mismas demandas que Borges, ochenta años antes; y se pregunta qué tienen que ver con la historia y tradición literaria inglesa Otelo, Romeo y Julieta, Hamlet y Julio César de Shakespeare para, líneas más adelante, contestar: “Lo que se debe exigir al escritor, antes que nada, es cierto sentimiento íntimo que lo torne hombre de su tiempo y de su país –o sea Zeitgeist; esto lo digo yo, no Machado de Assis– aun cuando trate de asuntos remotos en tiempo y el espacio”; por su parte, Borges dirá: “Todo lo que hagamos con felicidad los escritores argentinos pertenecerá a la tradición argentina, de igual modo que el hecho de tratar temas italianos pertenece a la tradición de Inglaterra por obra de Chaucer y Shakespeare”.
Casi al final de “Instinto de nacionalidade”, Machado de Assis concluye; “Un poeta no es nacional sólo porque inserte muchos nombres de flores o aves de su país, lo que puede dar una nacionalidad es el vocabulario y nada más”; por su parte Borges apuntó, en “El escritor argentino y la tradición”: “Gibbon observa que en el libro árabe por excelencia, en el Alcoran, no hay camellos... (el Alcoran) fue escrito por Mahoma, y Mahoma, como árabe, no tenía por qué saber que los camellos eran especialmente árabes, para él eran parte de la realidad... en cambio un falsario, un turista, un nacionalista árabe, lo primero que hubiera hecho es prodigar camellos...”. Por mi parte, consulté el índice analítico del Coran en la traducción anotada –canónica– de Julio Cortés: camello y camella aparecen mencionados diez veces en las Suras 6, 7, 11, 26, 54, 88 y 91.
Vuelvo al Coran, en la exquisita edición anotada de Costa Picazo de Las obras completas de Borges, en el epígrafe al principio de “El milagro secreto”: “Y dios lo hizo morir durante cien años / y luego lo animó y le dijo: / ¿Cuánto tiempo has estado aquí”? / Un día o parte de un día, respondió”, Borges pone la fuente, “Alcoran, II, 261”. Costa Picazo anota: “Proviene del Alcoran y está relacionado con el tiempo detenido o subjetivo; Dios le pregunta a un muerto que acaba de revivir”.
Vuelvo a mi Corán, traducido por Julio Cortés, la Sura: 2 “La vaca”, no hace ninguna mención ni a lo dicho por Borges ni anotado por Costa Picazo. Aquí ahora otro aspecto del término Geist (espíritu o fantasma) en Zeitgeist: Poltergeist (de Poltern, hacer ruido o estruendo).
Poltergeist estruendoso que atrapó a Borges y Costa Picazo; y hace suponer que ambos no hojearon el Coran. Quizás tampoco Gibbon… aunque puede ser una cita falsa de Borges.
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