Una escena que puede llegar a ser un lugar común en películas de gangsters: un asesino profesional de la mafia arroja a la víctima viva, y atado como un matambre –de lo contrario carece de contundencia narrativa– dentro de una caldera, o en el foso de una construcción para luego sepultarlo con cemento. Justo al momento de la ejecución le da unas palmaditas cariñosas en el rostro y le dice: “Nothing personal, it’s just business”.
El autor de esta reflexión fue Otto -Abbadabba- Biederman, contador del crimen organizado de Nueva York que murió en 1935, a los 45 años -predestinado-, de muerte natural; natural en quien ejerce su oficio, dos impactos de escopeta 12/70 en el pecho con postas del 9 y tres tiros de gracia calibre.45 ACP en la cabeza. Una vida ejemplar, vivió y murió fiel a su divisa.
Colecciono citas, tengo armado un documento Word con más de un centenar y atesoro un raro ejemplar de A Dictionary of Military Quotations, de Trevor Royle, publicado por Routledge en los ’90 y del cual, como representante en Sudamérica, obtuve una muestra gratis. De esa joya, hoy agotada, rescato una frase de Churchill a propósito de los prisioneros de guerra, otra lectura de Biederman, que echa por tierra las convenciones de Ginebra: “Un prisionero de guerra es una persona que intenta matarte y falla, luego te pide que no lo mates”; in altre parole, antes de disparar sobre un soldado que, brazos en alto y desarmado se rinde, su asesino de uniforme le dice: “Nothing personal, it’s just war”.
Citas y refranes tienen el mismo valor de síntesis narrativa, también colecciono refranes y tengo diccionarios sobre el tema. Porque como dice un refrán -ahora según la RAE-: “tener muchos refranes, o tener refranes para todo” es la capacidad de hallar salidas o pretexto para justificar cualquier situación.
Citas, proverbios, refranes y moralejas de fábulas tienen algo en común que los hermana con la “teoría del iceberg de Hemingway”, que tanto inquietaba a Borges. Esta forma narrativa, enunciada por Hemingway y de la cual no fue el autor, consiste en relatar sólo parte de una historia oculta, que entendemos perfectamente, aun ignorando el resto. La mejor manera de entender este tipo de relatos es transitar por las páginas de El conde Lucanor del Infante Juan Manuel o las fábulas de Lafontaine, donde la moraleja, a la vez que nos remite a toda la historia, se puede entender sin conocerla entera. Y mucho antes de estas, una cita aprendida en historia de Grecia y Roma en la secundaria, prolepsis de Biederman y Churchill: “¡Ay de los vencidos!” (Vae victis), acompañada de la imagen del galo Breno arrojando su espada sobre la balanza. Y todo esto me ocurre por vivir entre libros; que hay los que se van de excursiones o de trekking o partidos de fútbol, yo me voy de libros, películas y museos.
Y fue buscando un cuento de un narrador ruso, leído hace añares y no recordaba cual, que me acordé de la cita que, derivas mediante, me llevó a esta nota y al título. El cuento buscado habla de un niño que es secretario de un profesor, recorrí la biblioteca hasta que di con él, es un relato de Chejov. Lo que me aterró fue el estado del libro, la maldición de los papeles ácidos lo ha condenado sin remedio; eso no fue lo grave, es el tipo de encuadernación, la llamada “rústica pegada”, hojas encoladas por un canto y luego unidas a la tapa. No más abrirlo, el libro amenazó con barajarse, lo que fue un volumen resultó un mazo de naipes que volvió a su lugar amortajado en un folio plástico.
Recorro con la vista los estantes, proliferan folios transparentes con libros en condiciones semejantes y esto me lleva a otros libros leídos, que ya no tengo y que seguramente no frecuentan librerías. Tampoco sus autores: Iván Efremov, Mika Waltari, Morris West, León Uris o Eugene Sue. El mismo olvido que El país de la espuma, El abogado del diablo, Sinhue el egipcio, Armageddon, o Los misterios del París. O El árabe y El hijo del árabe, libros que apasionaron a tía Moty y a mi madre, de quien los heredé y de los cuales solo pude digerir el primero. Mucho antes de leer El árabe vi la película con Rodolfo Valentino en el papel del sheik Ahmed Ben Hassan -más soportable que los Cuatro jinetes del apocalipsis donde, en el rol de Marcelo Desnoyers, Rodolfo Valentino aparece vestido de gaucho, travestido de bailaor andaluz, para bailar un tango parecido a una rumba-. Con los libros pasa lo mismo que con los humanos y ya lo dice la oda de Horacio: “La pálida muerte hiere con igual zarpazo / las tabernas de los pobres y los palacios de los ricos” (Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas regumque turris); y pronto serán polvo, mas polvo enamorado.
Hace poco más de un mes resolví ver todo lo conseguible de Ridley Scott. En vistas a las frutillas del postre, Blade Runner en sus dos ediciones, la segunda con la versión final del director donde da un giro de tuerca al final feliz de la primera. Mientras tanto, me preparo leyendo tres libros sobre la película que esperaban hace más de una década que los transitara.
De uno de ellos: The Making of Blade Runner, rescaté un término de cinematografía que desconocía: offstage (fuera de cámara o fuera de campo), es todo aquel relato, a veces pequeño, casi insignificante, que queda fuera del encuadre de la toma, pero el espectador puede intuir por el sonido o por otros recursos narrativos de la película, que forma parte importante de ésta. Una adaptación visual de la “teoría del iceberg”. Pequeños detalles.
Empecé hablando de mi pasión por citas, proverbios y refranes. A propósito de libros y películas que desaparecen me remito a otro recuerdo que afloró con estas líneas; y me trajo hasta acá; el discurso de despedida frente al congreso de los Estados Unidos del general Douglas McArthur -las gotas de sus bravatas y declaraciones extremosas con respecto a la guerra de Corea rebasaron el vaso y “le sacaron los choros del canasto al presidente Truman”, como dirían los chilenos, y Truman lo destituyó-. En su arenga postrera, Douglas McArthur citó una vieja balada con la cual se identificaba en ese momento: “Old soldiers never die, / they just fade away”. O, mejor: “Los viejos libros y películas nunca mueren / se desvanecen”.
En la primera parte de El Padrino, en un cónclave familiar, Michael Corleone, que dará el primer paso para dejar de ser estudiante en Harvard y terminar siendo el futuro capo, propone que la única manera de salvar a su padre es matar a “El Turco” Sollozzo y a McCluskey, el capitán de policía, porque fueron instigadores del intento de asesinar a don Corleone. Su hermano mayor Sonny, a cargo de la familia mientras don Vito se repone del atentado, le recrimina que no será capaz de hacerlo, porque solo quiere vengarse de McCluskey por haberlo desfigurado de un puñetazo. Michael responde con la tranquilidad de su padre: “Nothing personal, it’s just business”. Pequeño detalle que define lo que vendrá, condensado en la cita de otro mafioso, Otto -Abbadabba- Biederman.
Abbadabba, es el título de una canción popular en los Estados Unidos a principios del siglo XX, Aba Daba Honeymoon, una jitanjáfora que quiere decir persona o detalle de poca importancia.
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