Cuando terminé de ver Cry Macho, pensé en dos cosas: la primera que Sergio Leone, director de Clint Eastwood en films western spaghetti, definió su ductilidad interpretativa de manera poco comedida: “tiene dos desempeños posibles frente a las cámaras como actor: con sombrero o sin sombrero”. El comentario resultó tan apresurado como equívoco; El bueno, el malo y el feo, ya película de culto y, a la vez, delineó uno de los roles que Clint Eastwood nunca dejó de repetir con todas las variantes posibles: un cowboy, que deviene desfacedor de entuertos y justiciero solitario. Y esta fórmula, con infinitos matices, ha sido su hoja de ruta a lo largo de su carrera cinematográfica de casi siete décadas como director, actor, productor y compositor musical, actividades que, sumadas, dan casi dos centenares de películas.
Dos westerns, dirigidos y protagonizados por Eastwood dan vuelta como un guante el género, ambos tratan sobre killers retirados que reinciden, ahora como redentores, Pálido jinete ─basada en la novela Shane de Jack Shaefer, cuyas relecturas alegraron mi infancia─: un predicador llega a un pueblo y se afinca con las familias de gambusinos que lavan arenas auríferas; la violencia, del mandamás de la zona, con los mineros hacen que se vaya, para retornar ahora en la piel de su antiguo metier de pistolero y poner, parva de villanos muertos mediante, las cosas en su lugar; y Los imperdonables, un despiadado asesino redimido que ha dejado la bebida, es un pobre granjero y ha formado una familia, queda viudo con los hijos y, en busca de ingresos, acepta la oferta de las prostitutas de un pueblo que buscan justicia frente a un despiadado y corrupto sheriff, el obituario de malos es también considerable.
En una versión urbana, en la serie de Harry el sucio, el detective Harry ─Dirty Harry─ Callahan es un justiciero urbano que, con su Magnum 44, limpia la ciudad de indeseables, muchos de ellos apadrinados por jueces y políticos; su divisa, en toda la saga, es la frase previa a las ejecuciones sumarias de los delincuentes: “adelante, alégrame el día” (go ahead make my day).
En una vuelta de tuerca, en Jinetes del espacio, el cowboy cambia su sombrero Stetson por el casco de piloto de una nave espacial cuando un obsoleto satélite escapa al control de tierra, amenaza con caer y provocar una catástrofe; las autoridades de la NASA convocan a cuatro veteranos astronautas retirados, son los únicos conocedores de viejas tecnologías para volver a colocarlo en su órbita. En Jinetes del espacio se perfila el Clint Eastwood director-actor de los últimos veinte años ─que no es poco─ con cuatro hitos, intercalados con otras películas: Milion Dollar Baby, Gran Torino, La mula y Cry Macho.
A su vez en estas películas aflora una historia oculta, como en la “teoría del iceberg” de Hemingway, bajo la caparazón de los recios machos que Clint Eastwood interpreta y reinterpreta: la sensibilidad de los protagonistas para identificarse con la cosmovisión femenina y protegerlas de la violencia machista: la esposa y la hija del jefe de los gambusinos en Pálido jinete, la prostituta desfigurada y sus solidarias compañeras en Los imperdonables, la aspirante a boxeadora de Milion Dolar Baby, las mujeres y el adolescente de la familia hmong en Gran Torino.
En Cry Macho, Mike Milo, domador y jinete de rodeos retirado y amargado, es convocado por su antiguo manager para ir a buscar a su hijo Rafo, que está en México con su ex esposa, la promesa para traerlo es que heredará el rancho de su padre y podrá ser jinete de rodeos. El primer obstáculo es Leta, la madre, mujer de armas tomar en la cual resuenan ecos de Porcia de El mercader de Venecia; es una versión mexica de Omphale con Hércules; elige y usa a los amantes para luego deshacerse de ellos. El viaje de regreso se prolonga más de lo previsto y se transforma en una road movie, Mike Milo se entera que Rafo nunca anduvo a caballo. En una larga estadía en un pueblo, como don Segundo Sombra con Fabio, Mike le enseña a montar a Rafo y ser un diestro jinete. La road movie ahora se vuelve una novela de formación (bildugsroman) intermediada por Marta, la propietaria de la taberna del pueblo donde Mike y Rafo están temporariamente refugiados. Marta, en la cual resuenan ecos de Penélope en Odisea, viuda y abuela, es Hestia, protectora del hogar, y contracara de Leta-Omphale; ambas como el dios Jano, las dos caras de la mujer independiente.
A medida que la historia avanza, la road movie, ahora resulta un bildungsroman para los dos protagonistas. Mike reflexiona sobre su vida y le confiesa al Rafo que, en ese viaje ha llegado a la conclusión de que fue muchas cosas y ahora no es nada, que tratar de ser un macho alfa está sobrevalorado, ser corneado por un toro, o descalabrado por un caballo chúcaro es de idiotas; que en esos momentos se cree tener todas las respuestas y al envejecer no se tiene ninguna; pero ya es tarde. De alguna manera Mike Milo repite la reflexión de Guzman Alfarache y glosada por Martín Fierro: “nadie es cuerdo a caballo”.
La segunda idea que me acudió cuando terminé de ver Cry Macho, es que Fabio, cuando se despide de don Segundo Sombra, se va como quien se desangra; Rafo se encuentra con su padre, se despide de Mike Milo y se va; lo más pancho.
Y Mike Milo, como dice el bolero, consciente de que no es nadie porque ya no tiene vanidad, termina bailando con Marta Sabor a mí, del trío Los Panchos.
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