Hay dos tipos de contadores, los contables y los otros: los que cuentan historias ─aunque también están los cuenteros o simples embaucadores─. Pese a que, casi siempre, los segundos se confunden con los primeros, no siempre fue así; el comienzo de la narrativa no vino de mano de la palabra escrita sino de narraciones orales. La Illiada y la Odisea fueron el principio con dos comienzos que marcan rumbos; la primera porque el rapsoda, en su invocación pide: “Canta, diosa, la cólera del Pélida (hijo de Peleo) Aquiles”; es decir: solicita que la Musa hable por su boca, relegado casi a un papel de médium. Ya en la segunda, el vínculo de la invocación cambia a: “Cuéntame, Musa, del hombre de muchos senderos” (polýtropos puede significar “de muchos senderos” y también “de muchas mañas”, la polisemia no es casual y hace al oficio del narrador). Ya en Eneida vemos otro enfoque, cuando el poeta asume el rol de contador sin necesidad de invocación divina, y así comienza su relato con: “Canto las armas y a ese hombre” (Eneas), pero, tanto Homero como Virgilio, se limitan a contar historias conocidas. Algo similar podría pensarse de aquel “Mi inspiración me lleva a hablar de las figuras transformadas en cuerpos nuevos” del comienzo de Metamorfosis de Ovidio, donde compila las historias de la mitología que se hallaban dispersas hasta ese momento.
Sin embargo, Metamorfosis amerita un párrafo aparte por la postura que asume el poeta, ahora ubicado en el papel de creador y por su estilo de contar absolutamente innovador ─se podría decir “actual”─ que consiste en entretejer sus poemas según dos formatos narrativos: el carmen perpetuum (relato o poema ininterrumpido) interpolado con carmen deductum (sucesión de poemas o episodios entrelazados que abren camino a otros nuevos).
El argumento de la película Noticias del gran mundo relata la historia de un contador profesional que, en su trabajo, aporta una antología y síntesis de las distintas formas de narrar, de Homero a Ovidio. En 1870, a cinco años de terminada la Guerra Civil de los Estados Unidos, Jefferson Kyle Kidd (Tom Hanks), ex capitán del ejército confederado, viaja de ciudad en ciudad leyendo noticias de distintos diarios sobre historias ocurridas en algún lugar del mundo y que, por oficio, sabe que encontrarán buena audiencia. A tal fin, cuando llega a un pueblo, previo buscar un lugar adecuado y solicitar permiso a la autoridad local ─a veces no es necesario, su fama lo precede─, lo recorre anunciando su visita y convocando a espectadores a escuchar los relatos comentados ─donde, muchas veces, se identifica con el Ulises polýtropos “de muchos senderos” y también “de muchas mañas”─, previo pago de 10 centavos la entrada.
Por un azar Jefferson Kyle Kidd se encuentra con Johanna, una niña de doce años (Helena Zenguel) de origen alemán, que fue secuestrada seis años antes, por una tribu Kiowa, educada como tal y, en consecuencia, ha olvidado el uso del idioma inglés y alemán. Sin desearlo, debe hacerse cargo de ella temporalmente y, luego de un par de intentos fallidos de encontrarle un hogar sustituto, asume el compromiso de llevarla a casa de sus tíos; hasta aquí una síntesis de la película. Pero la historia no es tan sencilla, las peripecias de violencia por las que deben atravesar los protagonistas están jalonadas con las múltiples escalas que hace Jefferson Kyle Kidd, en distintos pueblos, para ganarse la vida leyendo noticias y, también, esquivando los conflictos que muchas lecturas ocasionan entre las facciones de escuchas, dicho en otras palabras, como imaginarse a Homero recitando La Ilíada ante un público, mitad fanático de griegos mitad fanático de troyanos.
El desarrollo y ritmo de la película sigue el esquema ovidiano de carmen perpetuum y carmen deductum, intercalado con narraciones anteriores al encuentro de los dos protagonistas, algunos de los senderos narrativos, a diferencia de los ejemplos mencionados, hacen que, con cada episodio, el espectador vislumbre un nuevo final, siempre absolutamente inesperado. En este sentido, vemos cómo el relato fílmico sigue el esquema de la memoria de cualquier autor el cual, como un salmón, termina nadando a contracorriente, para volver al lugar de origen, a la hora de reproducirse o, también, concretar su obra, y que esta lo sobreviva. Pero, para lograr este propósito, en determinados momentos el presente debe esfumarse, como la marea cuando se retira, para dejarnos a solas, no con la playa sino con la página en blanco, y poniéndonos en el compromiso de la creación, o la ficción, pura. Así, Jefferson Kyle Kidd y Johanna, deberán remontar sus historias de vida, rellenando los vacíos con sus propios cuentos, para poder continuar con la narración.
En cualquier tipo de relato el lector ─o espectador─ no entra en él como un ignorante; cuando compramos un libro o vamos ─“íbamos”, antes de la pandemia─ al cine, ya tenemos una idea sobre el argumento con el que nos vamos a encontrar y esto es, en última instancia, lo que nos lleva y orienta en la elección. Ahora, puede ocurrir que la historia no nos atrape o guste y no se cumpla aquello que Borges llamaba “el pacto de credibilidad con el lector”; y, para evitar esto, se hace necesario el artero oficio del narrador. Pero, en este caso, identificado con un cuentero, ese que, desde Homero al presente, relata siempre las mismas historias y con los mismos finales, decorándolas ─con artes de repostero─ según el gusto y paladar del consumidor.
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