Recorrer estantes de la biblioteca es un viaje en el tiempo en busca de compañeros de tertulia; más en estos momentos de encierro. A esta altura de las circunstancias, más voluntario que forzado. Imposible para una rata de biblioteca no encontrar similitudes con los largos retiros de Quevedo cuando, acompañado de sus libros, se aislaba en la Torre de Juan Abad, allí ─cuenta en sus endecasílabos─ vivía en conversación con los difuntos y escuchaba con sus ojos a los muertos.
Todos los muertos de mi biblioteca gozan de buena salud y nuestras charlas avivan mis deseos por viajar al pasado; obstinación que me identifica con otro viajero literario: de Julio Verne, el capitán Hatteras, quien recluido en un manicomio, luego de su fallido intento de llegar al polo boreal, en sus paseos de orate continuaba caminando hacia el norte. Mi polo norte es el siglo II, allí, de manera ineluctable, recalo en Luciano de Samósata, punto de partida, carta de marear y bitácora para navegar hacia el presente.
Si algo caracteriza a los escritores del siglo II es la revisión y cuestionamiento crítico que hicieron a la cultura griega pretérita ─el Zeitgeist, atmósfera intelectual o espíritu de una época: gustos, preocupaciones, modas─, búsqueda intelectual que marcó a Luciano y, entre otros: Filóstrato y Calístrato. Y fue una suerte porque, en los siglos venideros, la santa madre iglesia sentaría el modus operandi de las dictaduras contemporáneas, donde lo que no está prohibido es obligatorio. Libre de persecuciones en su viaje al pasado, Luciano no dejó mito, tradición literaria ni costumbre social por dar vuelta como un guante, para revisar cada una de sus costuras. Así recaló en lo que hoy llamamos “cultura clásica” en busca de un camino que no copiara o siguiera tradiciones históricas: los viajes de Ulises y Jasón, la filosofía, los sofistas, los juegos olímpicos. Esa búsqueda y reescritura le permitió sentar las bases de una manera de abordar el mundo de la ficción y el pensamiento crítico, como una serpiente que muda de piel, libre de cualquier canon. Así creó: un nuevo protagonista literario ─par de Edipo o Prometeo─: el Golem; los primeros viajes espaciales, el humor satírico y los mundos absurdos; prefiguró El viaje del Parnaso del Cervantes, y todos los viajes fantásticos que vinieron entre otros: los de Cyrano, Gulliver y el sin par Micromegas de Voltaire.
Pero la interlocución más fluida ─el hecho de ser imaginaria la hace más veraz─ de Quevedo y Luciano está en los Diálogos de los muertos, treinta relatos donde el de Samósata, arremete, primero contra el mundo subterráneo de la tradición homérica y las derivas de personajes de la tragedia griega, para rematar con Alejando Magno y a continuación, seguir con personalidades contemporáneas: políticos, ricos, cazadores de herencias, deportistas, filósofos, todos van a parar a la fosa; la igualdad ante la ley (isonomía) de la muerte y del Hades es implacable. Con Diálogos de los muertos Luciano funda otra tradición literaria ─término que le habría hecho muy poca gracia─ que, valga la contradicción, sobrevive hasta el presente.
En la literatura iberoamericana, el primer heredero fue Machado de Assis, quien bebió en la Fuente Castalia de Luciano, paternidad que evidencia por la alusión directa de su obra en sus novelas y relatos, pero mucho más por la visión irónica y descarnada del Zeitgeist de la sociedad brasileña de su época. El acmé de esta impronta es el cuento “Galeria póstuma”, su protagonista ausente, Joaquim Fidelis, parece, salvando siglos de distancia, un personaje redivivo de Diálogos de los muertos. Una madrugada de junio de 1879 Joaquim Fidelis, querido y respetado por amigos y conocidos, regresa de un baile, registra en su diario las experiencias de la velada, se acuesta y no se vuelve a despertar. En una reunión posterior, su sobrino y cinco amigos se reúnen para recordar al difunto y descubren su diario, resuelven leerlo en voz alta como una manera de volver a conversar con él… Vale la pena leer lo que leyeron.
Además en el plano del pensamiento crítico Machado de Assis, revisita pasado y presente de la literatura brasileña y la contrapuntea con la universal, el resultado es "Instinto de nacionalidade" (1873), que prefigura y anticipa en ocho décadas a "El escritor argentino y la tradición" de Jorge Luis Borges.
Por su parte, Poe en “La conversación de Eiros y Charmión”, nos ofrece la conversación de dos muertos: Eiros, reciente, es víctima del apocalipsis donde desapareció la vida en la tierra y Charmión, que falleció diez años antes; el primero le explica al segundo lo que ha pasado en el mundo luego de que dejara este valle de lágrimas, por su parte, Charmión el futuro de ambos en el Edén. En una idea semejante a la Poe en otro “Diálogo de muertos” (Borges 1957), Rosas llega al inframundo el día de su muerte y allí conversa con Facundo Quiroga, que lo espera y lo incrimina por ser el mentor de su asesinato; Rosas concluye: “esta discusión me parecen un sueño, y no un sueño soñado por mí sino por otro, que está por nacer todavía”, clara alusión a Perón, futurología literaria que anticipa un porvenir tan negro, como otro literario viaje, el de H. G. Wells. En La máquina del tiempo, el protagonista vuelve de una visita al año 800.000, habitado por los Eloi, hedonistas, sin imaginación, destreza física ni inteligencia ─cualquier semejanza con viajeros de las redes sociales en buscas de likes es casual; el futuro de H. G. Wells es hoy─, pero además por las noches, los Morlocks, tatarabuelos de los actuales y socorridos zombies, salen de las profundidades de la tierra a ganarse el cotidiano y nocturno sustento: los Eloi que se le cruzan ─los imagino, caminando distraídos y chateando en sus celulares antes de ir a parar al asador─. Mejor viajar al pasado.
Siempre en busca de conversaciones con difuntos, Antología de Spoon River, ofrece otra variante, aquí la historia del pueblo y de sus habitantes es contada por los epitafios de las lápidas del cementerio que dialogan entre sí, suerte de comedia humana balzaquiana pero con muertos: el juez corrupto y que se reconoce culpable, la muchacha violada, el sacerdote que conoció secretos y miserias, el asesino que fue ahorcado, la prostituta que atendió a los ilustres del pueblo, el banquero que estafaba a sus clientes. Los epitafios locuaces hacen aflorar lo inmerso y las vidas ocultas. La muerte ha igualado sueños y pesadillas, logros y frustraciones, verdad y mentira.
Como un toque de difuntos los primeros versos de Spoon River Anthology, redoblan en estas historias de vidas contadas por muertos que sobrevendrán a continuación: Where are Elmer, Herman, Bert, Tom and Charley / The weak of will, the strong of arm, the clown, the boozer, the fighter?... Where are Ella, Kate, Lizzle and Edith? / the tender heart, the simple soul, the loud, the proud, the happy one?... All, all are sleeping, sleeping, sleeping on the hill. (¿Donde están Elmer, Herman, Bert, Tom y Charley / el apático, el de brazo vigoroso, el payaso, el borracho, el peleador?... ¿Dónde están Ella, Kate, Lizzle y Edith / la de corazón sensible, la del alma simple, la barullera, la orgullosa, la feliz?... Todos, todos están durmiendo, durmiendo, durmiendo en la colina).