El primer mérito de los relatos de un libro es el de atrapar con sus tramas; que el lector no sepa en qué momento quedó inmerso en el texto, cuando éste se adueñó de su tiempo, con el deslizar de las hojas oficiando de metrónomo en la lectura. En lo personal, ya desde el subtítulo: cadáveres, errantes y degollados en la Argentina del siglo XIX, me ubiqué en el espacio temporal donde empezó a transcurrir mi tempo, la morosidad o aceleración, en la cual avancé a lo largo de las historias.
Con el fluir de las páginas, las catorce narraciones revelarán el mecanismo de relojería y las correspondencias que se articulan y ligan en su desplazamiento temporal. Desde las guerras de la independencia y, por las interpolaciones del lector, hasta el presente, con el eje común de la violencia política y el propósito de borrar -y, en busca de justicia, también recuperar- la memoria de los otros. La otra sensación que me acude es que, transitar el libro ubica al ahora "protagonista lector" en el rol de voyeur de la historia; la escudriña de manera fragmentaria a través del ojo de la cerradura, rellenando lo no visible con imaginación.
En la primera parte, "Cuerpos sin sosiego", Adriana Micale me lleva de la mano, en siete relatos, a la historia de personajes, que prolongaron su exilio o desarraigo después de muertos, hasta el descanso definitivo junto con el reconocimiento que se les negó en vida. Imposible no ver similitudes -inquietantes- en algunos de los textos que remiten del pasado a la historia más reciente y cotidiana; en una suerte, ya que no de Vidas paralelas, de "destinos paralelos". A modo de sinécdoque -y no sólo de los textos de Adriana sino también los de Jaime-, en el relato "Encarnación Ezcurra: La casa de la mazorquera", donde cuenta la historia de la primera residencia de Encarnación Ezcurra y Juan Manuel de Rosas, una prolepsis, casi calcada, del posterior destino del Palacio Unzué, que fue demolido luego de la autoungida "revolución libertadora" y donde actualmente se encuentra la Biblioteca Nacional.
En la segunda parte: "Perder la cabeza", Jaime Correas me sumerge en otra faceta macabra de nuestra historia, la que habla de cuerpos, decapitados, mutilados o desaparecidos -es decir, cercenados de la sociedad, para hacer creer que nunca existieron-.
En este nuevo espacio y en otro registro, más jugado con lo ficcional, cada texto viene precedido por una cita literaria que, además de dar el contexto poético, le permite al autor, como Alicia a través del espejo, pasar del paper del investigador al del narrador de ficciones; o demostrando que todo trabajo de pesquisa histórica, en sentido amplio, también lo es del arte de la ficción, Hayden White da prueba de ello. En este caso Jaime, avanza un paso más en su apuesta y, a propósito, trazarnos paralelos con personajes que escapan cronológicamente al subtitulo del libro: cadáveres, errantes y degollados en la Argentina del siglo XIX. Porque ahora sí, los relatos, a propósito de hechos de violencia ocurridos en el siglo XIX, se encarnan en otros personajes literarios del siglo XX. Y se leen -aunque en clave ficcional- como Vidas paralelas.
De la misma manera que un reloj sin carcasa, estos relatos tienen la magia de mostrarme los antes ocultos movimientos de cuerdas, volantes, áncoras y ruedas dentadas que mueven, las agujas del cronómetro de la historia de la vida cotidiana. Por eso los autores han creado una época para contar la realidad y vivencias de personajes inolvidables. Y, nomás terminar con la lectura de estas páginas, soy consciente de dos cosas: la primera es que, en muchas circunstancias nuestra historia -sobre todo en la que atañe a la vida de los políticos y señores de la guerra-, como en el viejo juego "papel, piedra o tijera", ha sido tan difícil proponerse ganar como perder; también que, muchas veces, aún cuando se gana, se pierde. La segunda, es que, de no haber leído este libro, me habría perdido algo muy valioso.
Holden Caulfield dice que un libro es interesante cuando a uno le dan ganas de conocer al autor para comentarlo y hablar sobre él. Tal el caso de Hechos polvo: cadáveres, errantes y degollados en la Argentina del siglo XIX.