Quien piense que el poder económico no determina la impunidad de secuestros, es un ingenuo.
Ese es el mensaje que está emitiendo Francia, cuando Sarkozy provoca a la comunidad Mexicana con pedidos oprobiosos sin que le importe un corno la justicia, las relaciones culturales, y sobre todo: la sensibilidad de un país al que han lastimado con un secuestro.
El problema lo genera cuando el gobiernos Frances, impulsado por la irreverencia de Sarkozy, quiere dedicar el evento Año de México en Francia a Florence Cassenz, condenada en México por secuestro.
Las víctimas, Cristina Valladares junto con su esposo y su hijo de 11 años, soportaron un secuestro pergeñado por la francesa Cassenz, y su novio, durante 52 años, sufrieron abusos sexuales y secuelas irreversibles que hicieron que emigraran de su país y psicológicamente destruidos.
El delito, por parte de Florencia Cassenz, por más cárcel con que pague, no resolverá la destrucción de una familia. Esta es la mujer que defiende Sarkozy.
Como el poder lo puede todo, sencillamente ha decretado que los eventos mexicanos en su país sean dedicados esta secuestradora.
El asunto, aunque cultural, es también económico, esta decisión afecta a muchos compromisos entre ambos países, donde hay comprometidas financiación y todo lo que conlleva económicamente como difusión de arte y cultura, cientos de familias dependen de estos eventos.
La anulación de las relaciones entre ambos países es un desastre, tanto para la cultura como para la economía, ya maltrecha de por sí, del arte en general, de México en particular.
Personalmente fuera del circuito de ganancia económica, estoy indignado por la pérdida cultural, y mucho más por la falta de respeto hacia México y hacia el dolor de una familia o varias destruidas, por el mero hecho de ser francesa la delincuente, con culpabilidad juzgada y demostrada.
Un escrache para Sarkozy y el gobierno de Francia que si permite esta indigna acción es cómplice de delitos inclasificables.
Aun hay autoridades institucionales de la cultura de México tratando de arreglar el asunto, considero que no se puede negociar con cómplices de delincuentes, simplemente habrá que hacer introspección y retirarse dignamente.
Francia no se caracteriza por tener conciencia de que otros países existen, tienen dignidad y leyes, no por nada los nazis encontraron en ese país tanto colaboracionistas.
Parecerá extremo, pero a veces, hay que sacrificar grandes cosas para que de verdad cambie el mundo para el lado de la justicia.
Me parece que Francia de se merece un escrache y una aislación moral y cultural, ojalá México decida cambiar el sitio de su evento.
Argentina, como capital mundial del libro 2011, evento delegado por la Unesco, tal vez sea un buen destino.
Nuestro gobierno, harto de las interferencias de países que por poder económico creen que pueden avasallar leyes, como hace poco aviones estadounidenses fuera de regla, está firme en su propósito de una buena vez por todas, decir basta.
Ojalá que México decida por su propia dignidad, en vez de por lo económico.
Me causará una gran decepción que al final arreglen, cediendo a semejante ignominia.
Copio carta de Cristina Ríos Valladares:
Mi nombre es Cristina Ríos Valladares y fui víctima de un secuestro, junto con mi esposo Raúl (liberado a las horas siguientes para conseguir el rescate) y mi hijo de entonces 11 años de edad.
Desde ese día nuestra vida cambió totalmente. Hoy padecemos un exilio forzado por el miedo y la inseguridad. Mi familia está rota. Es indescriptible lo que mi hijo y yo vivimos del 19 de octubre del 2005 al 9 de diciembre del mismo año. Fueron 52 días de cautiverio en el que fui víctima de abuso sexual y, los tres, de tortura sicológica.
El 9 de diciembre fuimos liberados en un operativo de la Agencia Federal de Investigación (AFI). Acusados de nuestro secuestro fueron detenidos Israel Vallarta y Florence Cassez, esta última de origen francés, quien ahora se presenta como víctima de mi caso y no como cómplice del mismo.
Desde nuestra liberación mi familia y yo vivimos en el extranjero. No podemos regresar por miedo, pues el resto de la banda de secuestradores no ha sido detenida. Hasta nuestro refugio, pues no se puede llamar hogar a un lugar en el que hemos sido forzados (por la inseguridad) a vivir, nos llega la noticia de la sentencia de 96 años a la que ha sido merecedora Florence Cassez, la misma mujer cuya voz escuché innumerables ocasiones durante mi cautiverio, la misma voz de origen francés que me taladra hasta hoy los oídos, la misma voz que mi hijo reconoce como la de la mujer que le sacó sangre para enviarla a mi esposo, junto a una oreja que le harían creer que pertenecía al niño.
Ahora escucho que Florence clama justicia y grita su inocencia. Y yo en sus gritos escucho la voz de la mujer que, celosa e iracunda, gritó a Israel Vallarta, su novio y líder de la banda, que si volvía a meterse conmigo (entró sorpresivamente al cuarto y vio cuando me vejaba) se desquitaría en mi persona.
Florence narra el “calvario” de la cárcel, pero desde el penal ve a su familia, hace llamadas telefónicas, concede entrevistas de prensa y no teme cada segundo por su vida. No detallaré lo que es el verdadero infierno, es decir, el secuestro. Ni mi familia ni yo tenemos ánimo ni fuerzas para hacer una campaña mediática, diplomática y política (como la que ella y su familia están realizando) para lograr que el gobierno francés y la prensa nacional e internacional escuchen la otra versión, es decir, la palabra de las víctimas de la banda a la que pertenece la señora Cassez.
Pero no deja de estremecernos la idea de que Florence, una secuestradora y no sólo novia de un secuestrador (con el que vivía en el mismo rancho y durante el mismo tiempo en el que permanecimos mi hijo y yo en cautiverio) ahora aparezca como víctima y luche para que se modifique su sentencia. Si lo logra o no, ya no nos corresponde a nosotros, aunque no deja de lastimarnos.
Esta carta es sólo un desahogo. El caso está en las manos de la justicia mexicana.
No volveremos a hacer nada público ni daremos entrevistas de prensa ni de cualquier otra índole (nuestra indignación nos ha llevado a conceder algunas), pues nuestra energía está y estará puesta en cuidar la integridad de la familia y en recuperarnos del daño que nos hicieron. El nuevo vigor que cobró la interpelación de la sentenciada y el ruido mediático a su alrededor vuelve a ponernos en riesgo.
Gracias por su atención
Cristina Ríos Valladares
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