La creatividad está en declive en nuestra sociedad, tan focalizada en actividades que aporten un beneficio económico práctico e inmediato. Las artes se consideran marginales y parece que las únicas perspectivas de futuro estable residen en la labor empresarial más técnica, lógica y mecánica que cualquier persona se pueda imaginar, como la informática, la gestión empresarial o la administración bancaria. Sin embargo, y por muy ingenua que esta sentencia pueda parecer, una sociedad sin creatividad, sin impulso para la creación artística, es una sociedad muerta. La imaginación no alimenta solo la literatura o el arte pictórico, sino la ciencia y el progreso.
Pero, de hecho, podemos encontrar múltiples profesiones que pueden proporcionarnos no solo estabilidad económica y prestigio social, sino también la posibilidad de crear, diseñar y divertirnos imaginando como niños. Seguro que más de una vez nos hemos detenido frente a los escaparates de cualquier pastelería industrial de Madrid o pastelerías artesanales de cualquier lugar de España; no siempre porque tengamos hambre, sino porque admiramos las creaciones originales e imaginativas de las tartas de boda y de cumpleaños, de las galletas, de los dulces y de todo tipo de pasteles. El arte del repostero es justamente eso, un arte; pero además, las fábricas de pastelería cumplen una evidente función práctica y social.
La función social se aprecia de una manera muy evidente en los días señalados, es decir, aquellos en los que es natural que la mayoría de la población quiera comprar tartas, dulces y galletas. Los roscones de Reyes se venden como rosquillas, valga la redundancia, en la época navideña, y cada año crece el mercado de personas aficionadas a Halloween como fiesta de carnaval y terror otoñal para niños y adultos. Estos mercados garantizan que la pastelería, tanto artesanal como industrial, no solo sea un negocio, sino también un negocio creativo. Por todos estos motivos, desprestigiar las carreras, la formación, o los trabajos basados en crear e imaginar es pura ignorancia. El mundo no se mueve solo a base de dinero. Si creemos eso, más vale que vayamos a comprar alguna delicia en cualquier pastelería de Madrid.
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