Una vez se terminan las fiestas navideñas, hay dos cosas a las que no osamos enfrentarnos. La primera de ellas, la báscula, pues es bastante probable que todo lo que conseguimos perder meses atrás haciendo ejercicio lo hayamos recuperado todo de golpe en las últimas tres semanas. Lo segundo, la cuenta corriente, pues, entre lo que tienen que haber costado los dulces, las cenas, los roscones y los regalos, es probable que haya descendido un poco... Bastante... Mucho. De todas formas, resulta que hay una tercera cosa que no osamos enfrentar, puesto que, aunque es algo que no es nuestra responsabilidad, sí que puede resultar incómodo dependiendo de quién lo hayamos recibido. ¿Aún no lo adivinan? Sí, obviamente estoy hablando de los regalos que no hemos comprado, sino que hemos recibido.
Porque cuando recibimos algo feo que no nos gusta de una persona muy allegada o con la que tenemos mucha confianza, no tenemos ningún problema en decirlo; pero ¿y si ese jersey horrendo o esos calcetines que no se pondría ni el más hortera vienen de nuestra cuñada o de un tío lejano con el que siempre tenemos que intentar quedar bien? La cosa se complica. Es más fácil si lo que queremos es cambiar un producto por algo que es lo mismo, pero de otra marca. Por ejemplo, si nos han comprado un reloj Patek Philippe, de una colección cuyo diseño tal vez no nos guste, siempre podemos ir a la tienda y comprarnos un reloj Breguet en su lugar; es decir, cambiarlo por ese. Y si resulta que no estamos satisfechos con el hecho de que nos han comprado un reloj Rolex porque es demasiado elegante y refinado, más de lo mismo.
Incluso podemos hacer el simulacro de cambio preciamente buscando más información sobre otros modelos en http://comproreloj.es, y todo con la persona que nos ha regalado el original para que opine también. Así se reducen las posibilidades de que se ofenda. Coincidirán conmigo en que, de todas formas, es mucho peor mentirle y quedarnos con algo que no vamos a usar. No creo que haya duda.
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