No, no sirve cualquier frigorífico, eso es como decir que dan igual las pulgadas de la tele o la antigüedad de un ordenador. Cada electrodoméstico tiene sus características y sus prestaciones, y, si bien podemos ser flexibles con algunas de ellas -porque a nadie le afecta realmente que una nevera tenga o no una máquina de hielo-, con otras tenemos que tener cuidado. Es lo que les digo a algunos amigos míos, con ese tono desquiciante de “te lo dije” que no puedo evitar, cuando se compran una nevera que no es no frost y cada cierto tiempo les cría hielo. No, no ese hielo que he mencionado antes y que puedes echar en un vaso en forma de sofisticados cubitos, sino ese que trepa por las paredes y por las esquinas del interior de la nevera como si fuese moho, solo que más limpio.
A la larga, esa nevera va a ser un problema; sobre todo porque, si no se quita con cierta antelación, es muy posible que afecte a los mecanismos de apertura de los cajones y nos resulte imposible sacar el bacalao congelado que compramos ayer o los helados de vainilla y turrón que queremos ofrecerles a nuestros invitados. Así que, en un alarde de altruismo desinteresado, valga la redundancia, he decidido aconsejar no solo a mis amigos, sino a las personas homónimas que tal vez estén a punto de comprarse un frigorífico barato pero no sepan cuál. Mis palabras pretenden ser orientativas, pero si realmente quieren más información sobre qué comprar, pueden buscarla en tiendas de internet, como por ejemplo la que se puede ver aquí.
En cuanto a buenas marcas, hay muchas, claro está; el mercado de las sociedades capitalistas es muy competitivo. No obstante, mis preferencias suelen ser los frigoríficos Beko, porque, la verdad, suelen funcionarme muy bien y tienen un diseño muy elegante que casa bastante bien con las utilidades y las facilidades que proporciona. De hecho, no conozco a nadie que no haya tenido uno que le ha durado años. Espero que a ustedes también les pase, me sentiré realizado por mis consejos.
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