El cabello siempre ha sido una parte extraña de nuestro cuerpo, al igual que el vello corporal en general: nos pertenece, sí, pero podemos erradicarlo, al menos temporalmente; y aunque no lo hiciéramos por un corto período de tiempo, podemos vivir perfectamente sin él. Sería extraño, ¿verdad?, ver a una persona sin vello en piernas y axilas, ni en el pecho o en la barbilla, en el caso de los varones, ni en la cabeza, ni en las propias cejas. Sabemos que no pasa nada por no verlo, pero, al mismo tiempo, notamos la ausencia; una ausencia que se hace notar aunque no digamos nada. Lo cierto es que a todo el mundo puede quedarle bien una cabeza rapada o unas piernas depiladas, pero si no vemos pelo en alguna parte, aunque solo sea en las cejas, lo normal es que la persona a la que estamos mirando nos parezca antinatural.
Con esta premisa, encuentro comprensible el impacto psicológico que suele tener la calvicie en los caballeros que se resisten a raparse la cabeza. Y aunque lo hagan, porque los rapados son algo estéticamente aceptado entre los hombres, no es lo mismo hacerlo porque uno quiere a hacerlo por obligación. Hacerlo por la certeza de que, si no se toma la iniciativa, el propio pelo dirá “hasta la vista” y se irá para no volver. Afortunadamente, para este tipo de problemas ya existen soluciones cada vez más avanzadas, y les dejaré que indaguen en la más evidente pinchando aquí: http://dryane.com. ¿Ya lo han hecho? ¿Ya se han tomado su tiempo para buscar más información y deducir a qué solución me refiero? Perfecto, entonces ya sabrán que me refiero por entero a los implantes capilares.
Hacerse a la idea de que la calvicie es algo que está ahí y que no se puede remediar es una solución estoica y optimista, sí; pero gracias a la existencia del trasplante de cabello, esa solución no tiene por qué ser impuesta. Nadie nos puede obligar a aceptarlo si no queremos aceptarlo, y, en consecuencia, nadie puede obligarnos a no desear un trasplante capilar.
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