Yo ya estaba harta de que mi marido me dijera que a mis cincuenta y tantos años ya no merecía la pena que estudiase o me buscase un trabajo. Claro, es que estamos hablando de un hombre de otra época, uno que es diez años mayor que yo y al que educaron con la idea de que la mujer debía de quedarse en casa y cocinar y cuidar a los niños. En otras palabras, para él el feminismo no significó nada, y fue de los que siempre lo ha visto con una sonrisa burlona de autosuficiencia. Porque, claro, el hombre es el que lleva el pan a casa y mantiene a la familia, de toda la vida.
Yo, sin embargo, me vi muy influenciada no solo por la ola de feminismo de los años setenta, sino por muchas de mis amigas, que, además de ser madres, trabajan y ganan su propio dinero. Yo quiero eso, quiero mi independencia; así que hace cuatro años, y desoyendo todas sus quejas, hice un ciclo formativo de peluquería. Siempre me gustó trastear con el pelo, desde siempre, y he disfrutado lo que no está escrito haciéndo peinados a mis hijas; por eso sé que puedo triunfar siendo solo una humilde peluquera. Estaré haciendo lo que me gusta y ganando dinero por ello, y eso es mucho.
Todo empezó una vez que, cenando con mi marido en un restaurante en Torrejón (restauranteelcaseron.com)me encontré con una amiga, una de esas de las que hablaba antes. Esa amiga es relaciones públicas y estaba cenando con su jefe y con un cliente, según me contó; en otras palabras, aquello era una comida de empresa con menú especial en un restaurante de Torrejón en toda regla. Cuando vi eso, la admiré muchísimo, pero mi marido se echó a reír y comentó que seguramente estaba liada con el jefe. Sinceramente, es probable que se convierta pronto en mi ex marido. |