El otro día, nos asustamos cuando nuestro profesor favorito, sin duda el más querido por los alumnos de mi curso, empezó a dar clase. Suena contradictorio, ¿verdad?, pero hay una razón lógica para afirmar tal cosa. El susodicho profesor siempre ha sido un tío muy mocuaz y charlatán, también muy bromista, e indudablemente le encanta debatir. Además, nuestros debates con él son geniales porque, aunque habla por los codos, también sabe escuchar, de modo que el intercambio de opiniones va siempre como la seda. Las dos horas que paso en sus clases, en definitiva, se me pasan volando.
Sin embargo, el profesor que vino aquel día no era él. Es decir, se llamaba igual, era idéntico, pero no era él definitivamente. No hablaba prácticamente nada, no le preguntaba cosas a sus alumnos ni abría debate y tampoco respondía a prácticamente ninguna de las dudas; lo que hizo fue llegar, anotar deberes en la pizarra, sentarse a trabajar y así transcurrieron nuestras dos horas esta vez, trabajando. Yo estaba decepcionado y confuso, al igual que el resto de la gente, y no podíamos dejar de intercambiar miradas de asombro. Sin embargo, cuando terminó la clase, el profesor se puso en pie y, con un tono más alto del que era habitual en él, nos confesó lo siguiente: padece sordera severa y aquel día se le habían roto los audífonos.
Eso lo explicaba todo y la verdad era que me aliviaba, aunque, al parecer, tendrá que pasarse una semana, por lo menos, sin audífonos para sordos nuevos. Como sentía curiosidad por saber cuánto costaba, es decir cuáles eran los precios de unos audífonos básicos, me metí en una web dedicada a la venta de sonotones y adquirí mucha información. Ojalá su problema se solucione pronto, estoy pensando en comentarle que en fundacion-ayuda-a-la-audicion.org le ofrecen ayudas muy interesantes, subvenciones y precios asequibles. Su forma de dar clase es, con diferencia, la mejor, y me apena bastante que se resienta por culpa de un problema inesperado como aquel. |