Cada vez que pienso en mi abuela, la recuerdo como una mujer tranquila, sabia y que cocina de vicio. Me atrevería a decir que gran parte de lo que sé ahora sobre la vida lo aprendí de ella, puesto que siempre estaba dispuesta a darme buenos consejos. Cuando era niña, lo hacía en forma de cuentos; nunca he visto una cuentacuentos como ella y todas sus moralejas entrañaban siempre una enseñanza de esas inolvidables. Con el paso del tiempo, las enseñanzas pasaron a ser consejos realistas y directos, algo más apropiado para una chica de mi edad y, según ella, “inteligente y con cabeza”. No sé si soy así realmente, pero espero acercarme, aunque sea.
Esto lo cuento porque resulta que, el sábado pasado, me tocó a mí enseñarle algo a mi abuela. Naturalmente, no me pidió ningún consejo ni sobre la vida ni sobre la cocina, temas en los que ella sabe muchísimo más que yo -bueno, es que yo, directamente, no sé cocinar-, sino que lo que hizo fue preguntarme algo mucho más mundano: cómo hacer envíos internacionales. Como lo oyen: a sus setenta y nueve años, mi señora abuela no solo está muy lúcida, sino que es independiente y le encanta aprender cosas nuevas. En esta ocasión, el envío de paquete se debe a que una amiga suya se ha ido de vacaciones a Oviedo con su marido durante un mes entero, y, como cae en su cumpleaños, le gustaría hacerle un regalo que llegue a tiempo.
Pero claro, ella está acostumbrada a enviar cartas a la vieja usanza, y no a enviar paquete a Oviedo, ni mensajería, ni nada de eso. Yo sí que sé, puesto que compro a menudo cosas en tiendas virtuales. Yo ya sé que no es mucho, pero, con esto, espero devolverle a mi abuela la mitad de toda lo que me ha enseñado. |