Adoro las clases universitarias que empiezan con la promesa de ser un tostón inaguantable y acaban con un debate moral tan interesante que ni siquiera deseas que se acaben. Eso ocurrió ayer en una de las clases más aburridas de la carrera que estoy estudiando. Además, el profesor, aunque me cae bien, no es precisamente el mejor en cuanto a carisma y a habilidades para animar la clase haciendo chistes, con lo cual, no facilita mucho las cosas casi nunca. Por eso, que ese debate surgiera precisamente con él me encantó, porque me llevé una grata sorpresa. Al fin y al cabo, los estudiantes universitarios no lo somos solo para asimilar conceptos, sino para aprender a desarrollar un pensamiento crítico mediante diálogos como el que tuvimos entonces.
No me voy a poner a elaborar aquí un “acta de congreso” del debate en cuestión porque tendría que estar horas, así que me limitaré a resumir el tema: la uniformidad global en la que se encuentran las sociedades occidentales del siglo XXI. Ese, y el de la ecología, suelen ser las preocupaciones del momento, dado que dos cosas son seguras y evidentes: uno, con tanto cacharro nos estamos cargando el medioambiente; y dos, las telecomunicaciones permiten que las influencias mutuas no conozcan fronteras.
Yo participé activamente en el debate y utilicé como ejemplo, aunque casi más bien como metáfora, las casas prefabricadas. Como su nombre indican, son casas que se ajustan a un esquema concreto porque buscan ser prácticas, funcionales y económicas. A mí me parece fantástico que existan, pero, en cierto modo, podría verse como símbolo de esa uniformidad. También aproveché para mencionar las casas ecológicas, una respuesta lógica a ese peligro medioambiental en el que nos encontramos; y, un poco como fusión de ambos tipos de casa, las casas ecoeficientes. A mi profesor le gustaron mucho mis aportaciones y encima me felicitó. |