Hace unos cuantos años conocí realmente qué era el concurso de acreedores y a qué se hacía referencia con él. Era empresario y tenía una boutique de ropa. Como al poco de montarla empecé a tener gran éxito, dejé al frente a mi mujer y a mis dos hijos, que le echaban un cable de vez en cuando. Mi labor era buscar clientes, ir a por mercancía recorriéndome la seca y la Meca y demás. Siempre creí estar haciéndolo bien hasta hace unos años, que me topé de frente con la crisis y no supe afrontarla con éxito. Por más que mi mujer me decía que las ventas bajaban y que ya no iba el negocio del todo bien, yo no dejaba de ir a por mercancía de la más cara, siendo inconsciente en aquel entonces de que si mi mujer me lo decía era como toque de atención.
Además, como nos iba bien, no solía mirar con demasiada frecuencia las cuentas, pero un buen día me dio por revisar y entonces comprendí que mi señora no exageraba. Habíamos sufrido grandes caídas en lo que respectaba a los ingresos y lo único que teníamos ahora eran gastos y más gastos, por lo que mi tienda empezó a sufrir problemas de solvencia.
Realmente, no sabía qué hacer frente a esta situación, así que acudí a los organismos pertinentes a solicitar ayuda. Me hablaron del concurso de acreedores como opción para intentar salvar el negocio o, al menos tratar de llegar a un acuerdo con todos aquellos a los que les debía dinero porque, a pesar de que lo intenté, no pude pagarles a todos.
La liquidación me ayudó bastante en un principio porque gracias a ella pude hacer gran parte de los pagos, pero como los activos que tenía no alcanzaban para afrontar mis deudas, decidí acogerme a la Ley Concursal vigente. Hoy por hoy, puedo dar las gracias a este concurso de acreedores y a la existencia de la Ley en sí porque gracias a ello no debo dinero a nadie y, aunque mi negocio haya fracasado en aquel momento, esperaré momentos mejores para volver a emprender.
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