Y mi hijo, que hasta hace una semana estaba estudiando para ser médico cirujano, como su difunto padre, de repente va y me suelta ayer mismo que quiere dejarlo para ser escritor y dedicarse al arte. Para más inri, no estamos hablando precisamente de un chaval joven, que ya tiene sus buenos veintidós años. Sí, es cierto que muchos mozos siguen siendo inmaduros a esa edad, pero hasta ahora yo siempre había creído que el mío no era de esos, porque hasta la fecha había demostrado tener una capacidad de razonamiento digno de elogio y un sentido de la lógica envidiable.
Ay, supongo que sigue siendo humano y, además, un joven lleno de promesas y con una vena apasionada que, hasta ahora, a mí me había ocultado. Dice que quiere que su vida sea un poco más emocionante y la forma de lograrlo es dedicándose de lleno a la escritura. Figúrense, incluso tiene ya tema para la primera novela que en teoría va a ponerse a escribir muy pronto. La cosa irá de detectives privados, al más puro estilo novelista del siglo XIX. ¿No fue ese el siglo en el que se pusieron de moda este tipo de novelas? Bueno, da igual, yo tampoco soy una entendida ni pretendo serlo.
Con lo cual, se ha puesto pesado contactando vía email con todos los sitios de detectives privados en Barcelona que se le han puesto a tiro. Al parecer, ha querido informarse de cómo es la vida de los profesionales modernos de ese ámbito, y se ha enterado de que se dedican a investigar muchas cosas; entre ellas, asuntos de competencia desleal entre empresas. Lo que quiero, según me dice, es que su novela sea cien por cien realista. Eso le pega, sí, pero yo estoy asustada; espero que se le quite de la cabeza eso de dejar los estudios, no tiene ningún sentido. |