Me gustan los regalos de Navidad inusuales. De hecho, me he metido en problemas más de una vez por eso, porque tiendo a preocuparme más por regalar algo original que algo que guste a la persona a la que regalo. A veces triunfo, claro está, porque las cosas que compro y envuelvo son excepcionales y raras; pero otras, sin embargo, el o la regalado/a me mira como diciendo: “No te has tomado la molestia de averiguar qué tipo de cosas me gustan, ¿verdad?”. A ver, yo puedo entender el enfado, pero es que no puedo evitarlo: sin regalar ese tipo de cosas, me aburriría hacer un regalo.
La última fue para mi prima Laura, a la que hacía dos años que no veía y que estas Navidades, por fin, se había dignado a visitar a la familia. En cuanto lo supe, dos meses antes, pensé: “¡Vamos a buscarle un regalo fuera de lo común!”. Lo encontré a la segunda: alarmas para el hogar. Como lo oyen, lo que yo quería regalarle era un sistema de seguridad para su casa, ¡y eso que ni siquiera sabía dónde vivía, si en un piso o en un chalé! Pero una cosa sí sabía: con su sueldo de veterinaria, era imposible que se gastase el dinero en algo como eso.
Y para eso está su primo, para comprárselo en su lugar. No sé cómo reaccionará, pero lo que sí sé es que yo he disfrutado comprándoselo como el que más. Estas Navidades van a ser muy curiosas e inolvidables gracias a mí, ya lo verán. Porque ¿a qué otro familiar le da por comprar alarmas para Navidad? Yo me salgo de lo políticamente correcto, que es regalar perfumes y prendas de ropa. Y seré egoísta, lo admito y lo acepto, porque estos regalos me satisfacen más a mí, pero creo que la gente se divierte. |