Ayer me llevé el susto de mi vida. Vamos a ver, ¿qué harían ustedes si a las siete de la tarde, cuando ya está empezando a anochecer y caminan por una calle solitaria rumbo a sus respectivas casas, se dieran cuenta de que un hombre las está siguiendo? Sí, “las”, primero porque soy mujer y, segundo, porque ese tipo de temores suelen tenerlo las personas de nuestro sexo. Las cosas como son, somos nosotras las que corremos más peligro en ese tipo de situaciones. Yo soy consciente de ello y, por eso, tuve miedo. No me di cuenta de que me estaba siguiendo hasta que giré la cuarta esquina, entonces no hubo ninguna duda.
Hasta que, cuando llegué a la parada del bus –solitaria, también, ya es mala suerte– el desconocido en cuestión me abordó. Yo ya estaba dispuesta a darle un bolsazo pero, por suerte para él, me preguntó, con mucha amabilidad, si podía hablar conmigo y proponerme una cosa. De nuevo, casi le suelto el golpe, pero entonces me enseñó una tarjeta. “Fotógrafo profesional”, decía. Me citó en una tienda de trajes de novia, ni más ni menos, porque, ojo, dice que tengo el físico ideal para una sesión fotográfica de vestidos de ceremonia que está preparando. Luego, se fue, pero me pidió que lo pensara.
No sabía qué creer, así que, en cuanto llegué a casa, me metí en internet para verificar si aquel tipo era un fotógrafo real o no. Lo es y, por cierto, bastante bueno. También me tomé la libertad de hacerle una visita a la boutique en cuestión una mañana, antes de decidir nada, para comprobar que era real. También lo es, y de calidad, porque incluso tienen sastrería a medida. Por cierto, la dueñas de la tienda, unas chicas muy simpáticas, conocen al fotógrafo y dicen que es de fiar. Será verdad.
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