Cuando me dijeron en el instituto en el que doy clases que iban a tener que trasladarme a otro instituto, y de otra ciudad, se me vino el mundo encima. Yo estaba muy a gusto en mi ciudad, en mi instituto, en mi piso y con mi gente, pero en fin, estas cosas suceden a veces. Por suerte, ni estoy casado, ni tengo novia y, ni mucho menos, hijos, así que desarraigarme no me iba a resultar tan difícil como pensé en un principio. Eso sí, iba a tener que sentarme a buscar un piso de alquiler en Barcelona a fondo, y eso me daba muchísima pereza. Me iba a costar lo mío encontrar uno decente, pensaba.
Odio tener razón en ocasiones como esa. Por eso, cuando me di cuenta de que me había equivocado, me sentí tan feliz que la euforia me duró todo el día. No solo encontré con mucha facilidad pisos en Barcelona a buen precio y que me interesaban tanto por espacio como por la zona en la que estaban situados, sino que la mudanza se efectuó con una rapidez pasmosa. En un día, empaqueté mis cosas y, cuando estuve allí, no fue muy difícil instalarme. El instituto, por cierto, que visité al día siguiente y al cual me incorporaría al cabo de dos, era muy bonito, y el director muy simpático.
En otras palabras, la cosa fue como la seda. Por si acaso, yo incluso he querido guardar todas las ofertas de alquiler en Barcelona que encontré. Espero quedarme en este a menos que vuelva al otro instituto, pero como nunca se sabe qué clase de cosas nos depara el futuro, más vale ser prudente. Hombre precavido vale por dos, dicen, y un profesor que lo sea, lo vale por tres. Vale, esa parte del refrán me la he inventado, pero ustedes me entienden. |