Cada año, las cifras de personas que padecen pérdida de audición aumentan de forma considerable. Se calcula que en España hay alrededor de un millón de individuos con esta discapacidad; y lo peor es que a medida que pasan los años el número de pacientes se incrementa. Además de esto, el Instituto Nacional de Estadística, principal fuente de información sobre población sorda en España, añade porcentajes interesantes relativos a este sector poblacional. Entre ellos, estima que el 80% de las sorderas se producen al nacer, a la vez que afirma que el 95% de las personas que nacen sordas son hijos de padres oyentes.
Ya se sabe que quienes nacen siendo sordos no se enfrentan a los mismos inconvenientes que quienes comienzan a perder poco a poco la audición. ¿Cómo afecta entonces la pérdida auditiva a unos y a otros?
Está claro que ambos pacientes (los que nacen sordos y los que pasan a ser sordos con los años) sufren consecuencias a veces inevitables y dolorosas. Para los nacidos con sordera, cuando esta es irreversible y profunda, los problemas vienen pronto porque normalmente estos también sufren mutismo, ya que nunca han oído la reproducción de ningún sonido y por tanto, no son capaces de repetirlo ni mucho menos retransmitirlo. Ligado a ello está un sinfín de factores socioeducativos, puesto que todavía existen ciertas deficiencias en el contexto formativo que hacen que quienes nacen sordos no tengan acceso en muchos casos a una educación acorde a sus necesidades (salvo excepciones). Lo mismo ocurre en la sociedad, todavía muy atrasada en diversos ámbitos.
Para quienes han ido perdiendo la capacidad de oír, la sordera también tiene inconvenientes, pero estos en su mayoría tienen que ver con factores psicológicos y emocionales. Muchos de estos pacientes terminan con depresión y otros trastornos que afectan directamente a sus emociones.
En unos casos y en otros, siempre que el grado de dificultad para oír lo permita, se puede recurrir a la adquisición de unos buenos audífonos.
|