Cuando una vivienda no se cuida ni se mantiene en buen estado de conservación, lo normal es que con el paso de los años vaya acumulando puntos para, pronto, acabar con ella mediante la demolición. Cuando uno se compra una casa piensa que esta va a ser suya para toda la vida. De hecho, se tiende a pensar que mientras se pague la hipoteca así será. Lo que muchas veces se obvia es que, además de una hipoteca, hay otros muchos factores que han de tenerse en cuenta si se quiere tener una vivienda de por vida.
Entre estos aspectos se encuentra precisamente el del mantenimiento de la construcción. Así, tener al día la casa en todo lo relacionado con su estructura: pintura, humedades, etc. sería una buena opción si se quiere mantener en unas condiciones idóneas además de óptimas para habitarla.
Muchas veces, cuando no se termina de conservar o simplemente por motivos ajenos al cuidado de esta, se hace necesario el derribo, que normalmente acarrea consecuencias para los propietarios del edificio. Pero, ¿sabes por qué nos cuesta hacernos a la idea del derribo? Entre otras muchas cosas, porque seguimos pensando en aquello que comentaba a principio del artículo, porque creemos que nos va a durar toda la vida.
En ella, posiblemente hayamos vivido lo mejor de nuestras vidas. Sobre todo si es la primera vivienda de uno, esa en la que construye su familia, en la que crecen sus hijos y ahora incluso sus nietos, nos cuesta pensar en la demolición, pues tendremos mil y un recuerdos de ella. El apego emocional y el cariño que se le tiene a una primera vivienda es único y es por ello que nos cuesta horrores pensar que el hogar en el que hemos crecido y en el que hemos formado nuestra familia va a ser derribado.
Y a ti, ¿no te afectaría también esto? |