Hacía tiempo que no pasaba el día en el campo. Admito que las barbacoas al aire libre no me suelen gustar: soy un bicho de ciudad, noctámbulo y, para colmo, no soy demasiado sociable; así que ya se imaginarán ustedes... Reúno todos los requisitos para ser un repelente humano de dichos eventos. Sin embargo, hay veces que te aburres tanto y te apetece también tanto pasar el día con tus amigos, que acabas cediendo. Lo reconozco: en la barbacoa de ayer me lo pasé muy bien; acabé satisfactoriamente cansado, e incuso pensé que no estaría mal repetirlo de vez en cuando.
Porque hay una cosa que sí me encantan de las barbacoas: los asados. Adoro comer y me encanta la carne; y el aroma de las chuletas y las salchichas haciéndose a fuego lento en las parrillas, entremezclado con el del carbón ardiendo y acompañado siempre de ese característico chisporroteo... Buf, me puede. Los días campestres, la comida sabe mucho mejor; y la cerveza ya ni les cuento. Me parece que, de hecho, fue la comida lo que consiguió que empezase a pasármelo bien en vez de sentir que aquel no era mi ambiente; y luego, una cosa llevó a la otra.
Porque, además, todo ese conglomerado de aromas y sonidos que he descrito me hizo acordarme de mi restaurante favorito; un sitio de asados deliciosos en el que, desde cualquier mesa, siempre tengo un campo de visión perfecto del horno de brasa en el que se hace la comida. Y no les estoy hablando de un horno normal, sino de un horno Josper; que, para los que sean nuevos en esto, se trata de una tienda que distribuye todo tipo de hornos para asar carnes y hacer todas esas comidas deliciosas. No están en el campo, pero hay otros, muy rústicos, que le proporciona un encanto especial a cualquier almuerzo. |