Las niñas deberían tener prohibido crecer con películas Disney, y lo estoy diciendo totalmente en serio: ¿qué maldito mensaje nos están mandando con eso del amor romántico, duradero e imperecedero y nada de un divorcio? En serio, puede hacer mucho año; porque a mí me lo hizo: crecí con una concepción falsa del amor de la que me ha costado mucho desligarme, y ya casi lo he conseguido pero todavía cuesta. Además, es que encima es como si te extirpases algo que antes llenaba tu vida, porque ahora me siento bastante vacía.
Mi firme capa de romanticismo Disney empezó a recibir serios golpes durante la adolescencia; ya saben ustedes que es un período de empezar a tontear con tíos que, en realidad, son imbéciles. Cuando me casé, creía que se había recompuesto del todo, pero en realidad tenía parches; así que cuando llegó el momento de divorciarse se rompió en mil pedazos. Añadámosle humillación al asunto: no fue un divorcio mutuo acuerdo; me lo pidió él una noche, cuando me confesó que ya no sentía nada por mí y había encontrado a otra.
A otra... ¡a otra! Una rubia tonta diez años más joven que yo. Así son los hombres: no son príncipes ni hombres respetables que rescatan a su princesa y la llevan en brazos; solo son hombres que esperan sustituir lo que tú ya has perdido con la edad gracias a otra que todavía lo conserve, y encima todavía tienen la cara de ponerse a hablar esa misma noche de encontrar algún abogado divorcio. No tienen ningún tipo de tacto. Agradezco que mis hijos ya sean adultos: la mayor tiene veinticinco y el pequeño veinte; si fuesen menores de edad tendríamos que hablar de custodia y ya es bastante doloroso todo. Lo que quiero es recurrir a un divorcio express, rápido y veloz, y olvidarme de él, del romanticismo y de Disney para siempre. |