Trabajo en un restaurante desde hace ya diez años, pero no es un restaurante cualquiera. Es uno de los más prestigiosos de la ciudad en la que resido y por tanto uno de los que mayor reputación tiene. Goza de una buena facturación y todos los que trabajamos en él estamos muy contentos. Nosotros y nuestra distinguida clientela, que frecuentemente se convierten en clientes habituales una vez que lo prueban. Es por ello por lo que mi jefe es muy exigente; le ha costado bastante esfuerzo conseguir ser tan conocido, de modo que no acepta errores. El otro día, pasé por una situación bastante desagradable que nunca me había ocurrido y de la que escapé fortuito gracias a las comandas autocopiativas.
El caso es que un cliente que pisaba el restaurante por primera vez se quejó; pero lo hizo además de muy mala manera. Tanto, que perdió las formas. El jefe, en un principio y como es normal, pensó que había sido responsabilidad mía porque fui yo quien le atendió, pero luego se dio cuenta de que yo no había tenido nada que ver. Revisamos las comandas autocopiativas y verificamos que lo que yo había llevado al cliente se correspondía a la perfección con lo que este había pedido, por lo que tanto lío solo sirvió para que tuviésemos que tomar medidas con él a las que nunca jamás habíamos llegado.
Fue entonces cuando gracias a los agentes de policía pudimos saber de quién se trataba y en qué estado se encontraba: embriagado. Por personas como este cliente es por lo que algo tan simple como las comandas para restaurantes hacen falta y son tan imprescindibles. De no ser por estas comandas para restaurantes, probablemente hoy pudiera estar contando esto como una persona más que ocupa un puesto en la lista de desempleados españoles. |