Soy una pésima cocinera pero tengo delirios de grandeza. Eso, sobra decirlo, me ha llevado a hacer algunas de las cosas más estúpidas inimaginables. Por ejemplo, el sábado pasado tuve una primera cita con una persona muy especial; le eché valor y cogí el toro por los cuernos. Todo saldría bien, me dije; y sí: habría salido bien si no hubiese insistido yo en preparar la cena. Si hubiese sido cauta y no tan orgullosa y carente de autocrítica para mis puntos más débiles, el día habría sido redondo. Porque casi podría decirse que lo fue con esa pequeña salvedad. Al grano: intenté cocinar marisco. Ya de por sí se me queman los macarrones cuando los hago, cómo demonios iba a ser capaz de cocinar marisco en condiciones?
La noche se salvó gracias a una marisquería en Baiona a la que fuimos en el último momento. Suerte que ya la conocía porque había ido otras tantas veces, porque si no, tal vez no hubiéramos visto en un restaurante escogido sobre la marcha y de mal servicio y mala comida, en consecuencia. Pero no: al apostar por túnel Baiona sabía que apostaba por la calidad. Sin duda es uno de los mejores sitios en los que he comido en toda mi vida, y a mi entender, si existe un paraíso del marisco y de las comidas del mar, es ese. Tienen un calamar tierno y unas gambas que siempre están en su punto; por no mencionar los postres.
Por si eso fuera cosa, estamos hablando de una marisquería en Baiona sumamente acogedora. Las veces que he ido a comer ahí han sido en cenas familiares y también han venido mis tíos y mis primos pequeños, de cinco y siete años. Es un espacio ideal para los niños; los cuales, y estoy bastante segura de ello, van a crecer idealizando la marisquería. Deberían. |