Cada vez que la iglesia habla de justicia, mejor reparto del poder, y de la riqueza, me da risa.
La iglesia, además de aceptar dádivas y vivir del gobierno (porcentajes de nuestros impuestos), administra riquezas incalculables, administra una justicia de golpes, castigos y se han encargado de educar a miles de jóvenes bajo la forma de un corrupción en algunos casos, en otros de abusos y en la mayoría adoctrinando a los jóvenes en una educación de exclusión, segregación y prejuicio.
Que hablen de tres palabras que desconocen es una situación que la verdad, da risa, y todo eso dicho con vestimentas caras, en iglesias investidas de oro, ante políticos que fueron criados y educados bajo sus mismos términos.
De qué se asombra el mundo si se le pregunta a esos políticos qué son, dónde estudiaron, y la mayoría contestará que en el mismo lugar: colegios religiosos, bajo el yugo de la iglesia, educados por los mismos que hoy piden justicia, equidad e independencia de poderes.
La entidad que menos cumple con lo que predica.
Mientras, la gente sigue enviando sus hijos a esos colegios, a pesar que lee todos los días que son centros de corrupción y abuso entre otros aspectos, bajo la idea de que a ellos no les va a pasar, eso ocurre en otro lado, o le ocurre a otros.
Juegan a la ruleta rusa con la vida de los niños a los que depositan en esos lugares, de los cuales saldrán, eso sí católicos, porque eso los hace pertenecer a algo, sin importar si les arruinan la vida y las mentes.
Yo creo en Dios, pero no el que me cuentan los curas, ni el que me muestra la Iglesia, Dios está en mi corazón y no en el bolsillo de la iglesia, ni siquiera en esas hipócritas palabras.
Estoy indignado.
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