Como en todo, en el equilibrio está la fortaleza de la tecnología, más acá o más allá, es un problema que se compra para el futuro.
El problema está en determinar qué es más acá o más allá, en donde está ese punto medio en el cual la pelea por el control de los juegos que se ejerce sobre los niños no es perjudicial.
Muchos padres privilegian una buena relación con los niños a costa de ser complacientes, dejándoles jugar todo lo que quieran frente a consolas de computadoras, o Play Station o la más reciente WII, sin contar con los pequeños dispositivos transportables.
Estudios serios en las universidades dan cuenta de los peligros dejar muchas horas diarias a niños frente a juegos que implican violencia en diversos grados, persecuciones o guerras ficticias, se ha demostrado que genera insensibilidad y falta de reacción en situaciones que requiere su participación en el mundo real.
El exceso de juegos tecnológicos ha preparado a los niños para un aprendizaje fluido, rápido, pero también los condiciona para no soportar ni tener paciencia en la adquisición de conocimientos que no se adquieren tan rápido como el que involucra apretar un botón.
Los niños no tienen paciencia para aprender, actúan como si adquirir conocimientos dependiera de apretar un botón, y actúan como si lo supieran todo, sin esperar la explicación de los adultos.
Ya se está notando en la escuela que se toman como aburridas las materias que requieren de tiempo de maduración y explicaciones.
También se nota la falta de atención en instrucciones paternas o incluso desobediencia frente a la orden de integrarse a reuniones familiares dejando los juegos de lado, intentan repartir la tención que se les exige con la mente en pasar el próximo nivel del juego de turno.
También se nota la creciente avidez de los niños por tener lo último, lo mejor, sin importar que aún les queden muchos juegos que ya tenían pero no investigaron, hay un impulso muy marcado por los medios por despertar el deseo de tener otra cosa más.
Nadie puede definir qué habilidades necesitarán los niños de hoy para enfrentar el futuro, pero si algo ha demostrado la evolución es que prohibir no es el camino, sino controlar, establecer un límite, ir indicando por qué hay que establecer un límite y negociar.
Si hemos evolucionado los padres es en saber que el castigo físico conduce a un adulto con conductas complicadas para insertarse en la sociedad, de manera que no nos quedan muchos más recursos que la negociación, intercambiar actividades y tareas y sembrar en los niños la idea de que no todo es complacencia o que el placer está en varias cosas y no en solamente jugar.
A veces, darle responsabilidades serias a los niños dirige la atención fuera de sí mismos, comprarles una mascota de las cuales se hacen cargo, como pasearlas, alimentarlas, pueden ser perros, gatos, peces, no se aconsejan animales peligrosos o que no deben ser sacados de su vida silvestre como tortugas o lagartijas, son animales que requieren paciencia y un tipo de comunicación que no está conforme a la atención que necesitan los niños como devolución.
Es difícil aconsejar al respecto ya que los problemas que generan la adicción a los juegos son globales y no parece haber más fórmula que el control horario, lo cual genera no pocos conflictos en las relaciones padres e hijos.
Enfrentados al problema, no queda más remedio que inclinarse por lo que causará menos daños para el niño en el futuro, entonces son los padres los que tienen que controlar la situación, poniendo límites y sacrificando, si cabe, la idea de que hay que vivir con el niño en un estado de complacencia permanente como un reflejo del amor que se le tiene.
Hay que tener cuidado que esa conducta no sea más necesidad de los padres que de los niños, hay que pensar, sin dudarlo en el futuro del niño, y está demostrado que es mejor quedar como un padre estricto y poco compinche que degenerar la conducta del niño en un ser intratable, impaciente y sobre todo inadaptado para funcionar en sociedad.
|