Si algo ha demostrado Tinelli con su programa basura es la avidez por meterse en la privacidad ajena, alentada y expuesta por el conductor, cuya mejor habilidad fue detectar precisamente esa situación, conducta que se expande en la actualidad por la mayoría de las redes sociales.
Profundizando, más allá de los medios que lo permiten hay otro aspecto social que se moviliza por esos medios: la necesidad de contar nuestra vida.
Si hay algo que nos da existencia es nuestra historia, cada vez menos depende de contarla, sino que ahora es necesario que muchas personas la conozcan.
Parte de las situaciones que se dan es porque hay supuestos secretos que se conversan en los medios inadecuados, con las personas inadecuadas.
Se parece a la situación del preso que una ven en la cárcel, confiesa al compañero de celda que es un verdadero asesino, y éste por conseguir algún beneficio lo delata.
El ejemplo, aunque parezca extremo, se parece bastante a las situaciones que se generan en las redes sociales.
Sobre todo cuando hay gran cantidad de recursos, humanos y económicos para generar las condiciones que harán que las confesiones se tornen negocios, que los gustos personales se vendan, que las preferencias sexuales se comercien.
Hay un mecanismo de ingeniería del conocimiento muy aceitado que goza de gran salud en lo económico, inyección de importantes capitales, para generar condiciones, recursos, ingeniería de procesos e inducción psicológica, para que entreguemos nuestros secretos al servicio del beneficio económico de las empresas.
Las redes sociales, hay que saberlo, cuentan con procesos que se dedican minuciosamente a clasificar los intereses de los usuarios, gustos que comparten, grupos humanos de pertenencia y en la mayoría de los casos, tendencias políticas, secretos.
Aunque todos esos medios aseguran tener políticas de privacidad, es bastante común que ocurra que apenas nos inscribimos en uno de esos sitios, no pasan segundo que ya recibimos en nuestros mails propagandas de productos no solicitadas, aunque en las condiciones de esos sitios indica que ese es el precio a pagar por la gratuidad del sitio.
La mayoría nos hemos acostumbrado a ignorar esos avisos, aunque entre el bulto, siempre se encuentra algo que es del propio interés, y es en ese momento donde las anzuelos que nos lanzaron cobra importancia.
Basta que nos hayamos interesado en algo, provocando un clic, para que una caterva de ofertas respecto al tema consultado comience a accionarse.
Hemos iniciado un ciclo que no tendrá fin.
Y aunque no lo hayamos realizado, basta ver en nuestro facebook, las ofertas que nos realizan de aplicaciones que fingen ser de nuestro interés en base a nuestras conversaciones, a los intereses de nuestros amigos, en base de nuestras fotos y actividades compartidas.
Admitámoslo es el fin de la privacidad. Aunque tengamos decidido no participar de esos medios, alguien lo hará por nosotros, de eso no hay dudas.
En algunos casos, personas celosas de su intimidad continuarán alejados del medio, y se usará su imagen o nombre sin que ellos lo sepan, en otros, gozarán con el minuto de fama que los post permiten.
Una cosa es cierta, sea con fallas de seguridad, con engaños sobre la reserva de nuestros datos, con la exposición obscena de nuestras actividades, las redes sociales son como el descubrimiento de Tinelli: a la gran mayoría le place que se hable y exhiba sus vidas, la masividad de participación en esos medios revela una gran realidad: a la gente le encanta exhibirse, como si de ello dependiera la existencia de sí mismos, la confirmación que están en el mundo y que dejan huella.
El hombre, como sea, parece estar preparado para buscar la trascendencia.
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