El otro día leí que unos escritores se pusieron de acuerdo para subastar nombres de personajes, es una noticia vieja, del año 2005; Stephen King es el propulsor de la idea, pero luego, leí otra que refiere a otra subasta también de nombres de personajes, esta vez con fines benéficos.
No sé a ustedes pero eso es como cuando en el zoológico nace una cría nueva y se convoca a los niños para nombrarla.
Hay como algo infantil, tanto en la convocatoria como en la creencia de quienes participan que tendrán alguna oportunidad.
He leído que el nombre de los personajes en una buena novela es otra novela, aún cuando no sea una novela famosa.
Por ejemplo, qué sería de la novela “Ulises”, con su protagonista Stephen Dedalus, si no se llamara Dedalus. Es impensable.
Si Gaspar no fuera un rey Mago, según la literatura religiosa, mi lumbago se llamaría Gaspar, en vez de Roa.
Y así, muchos ejemplos.
¿Se darán cuenta esos autores que participan de esa clase de subastas que cambian la historia del futuro de una novela por la incertidumbre del nombre subastado?
Debería haber una ley que prohibiera la subasta de nombres.
Ya se ha incurrido en la falsedad literaria, resulta que ahora caemos en la suplantación de nombres, no es ni más ni menos que intentar calzar una historia en el nombre y no al revés como parece ser el orden concreto.
Leí que los escritores se la pasan pensando y repensando el nombre de sus personajes, y que van mutando a medida que sus historias surgen, como si ellos fueran médiums del personaje que va relatando su antojadiza biografía, y todo ese caudal que algunos llama creación, y otros mediunismo, ¿a dónde irá a parar?
Creo que es un tema al que los lectores debemos oponernos, yo no quiero cualquier nombre que se le ocurra al que más medio dispone para pagarlo, yo quiero el nombre real que corresponde a la novela real, nada de imaginerías intrusas.
Niño, le dije al niño, hay que buscarle nombre a la amapola, quizás sea un factor que la impulse a dejar de lado su timidez, de manera que podríamos ponernos a pensar el nombre.
El nombre es muy importante, es tan importante que muchos se dedican a torcerlo, a transformarlo, a falsearlo, tiene connotaciones e implicancias, determinan una vida; no me van a decir que si el personaje del Quijote, en vez de llamarse Alonso, se hubiera llamado Quasimodo el Quijote hubiera sido igual de famoso, y ¿Sancho?, si no se llamara Sancho Panza, ¿cuántos recordarían el extraordinario rol de ese personaje segundón sin el cual esa novela no sería lo que es?, sobre todo porque era gordo, gracias a su apellido.
¿Acaso esos atrevidos escritores no leyeron la frase de Michael Ende, “Sólo su verdadero nombre hace reales a todos los seres y todas las cosas –dijo ella-. Un nombre falso lo convierte todo en irreal”, en “La historia interminable”?
El psicoanálisis desde hace años admite que para que haya existencia tiene que poder ser nombrado, y no es lo mismo nombrar un elefante que una mesa.
Esta gente no ha oído hablar de “selección natural”, la palabra selección, es clara, implica una voluntad, una finalidad productiva, activa, inherente, que permite discernir la acción y reacción de lo nombrado y ante lo nombrado.
La selección natural del nombre invoca un proceso bioquímico, un concepto que la psiquis percibe, un proceso evolutivo de relación histórica y perceptible entre el nombre y la cosa nombrada.
Tan exacto y pertinente como lo es que mi lumbago se llame Roa y de ninguna otra manera.
Hay esquemas mentales de ciertos escritores que te arruinan el día.
Adelaida Sharp.
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