El otro día leí a la tal Ana Abregú, este asunto de oximorones (1), y si no entendí mal, hoy me levanté oximorónica, empezando desde el título.
Debido a tan esclarecedor artículo y la edad combinados, se me hizo un revuelto gramajo en las ideas, y empecé a pensar que en que el oximorón no sólo se queda en las palabras, sino en los hechos, algo así como hechos acompañados de otros hechos, pero opuestos.
Habría que prestar atención a los hechos y ver aquellos que se destacan del revoltijo de la apariencia, escenarios como los políticos en donde los resultados son opuestos a los anunciados, por ejemplo.
Este asunto surgió porque en especial, la palabra “paciencia”, siempre me ha parecido sospechosa, todos la piden, la quieren, la enuncian, pero en cuando aparece pronunciada es justo porque no hay lo que ella significa.
“Mamá, cuándo te vas a mudar más cerca de nosotros”, suele decir mi hija, “paciencia”, le contesto.
“Adelaida, ya ha estado ocupando demasiado la computadora, ¿no debería descansar?”, dice mi yerno, “paciencia”, le digo.
“Abu, cuándo vamos a ir a Disney”, dice el niño, “paciencia”, digo yo.
Y así, voy construyendo el mito de la paciencia, y los mitos, son una forma de coerción, decir paciencia significa siempre otra cosa, ajena a la verdad, aunque de todos modos se le confiere valor como si tuviera algún sentido.
Se suele esperar que los viejos no tengan paciencia, pero no es así, los viejos somos los que más paciencia tenemos, pero cuando son los otros los que lo dicen, en realidad, son ellos los que se impacientaron con nosotros y entonces nos devuelven la palabra, ahora en un sentido “oximoronado”.
“Adelaida, qué hace tanto tiempo en la computadora, por qué no tiene paciencia de seguir más tarde”, dice mi yerno.
Lo que hago queridos, es muy simple, si ellos tuvieran paciencia de prestar atención al producto en vez de al envase.
Resulta que a raíz de haber leído no sé en dónde ese asunto de los heterónimos (2), me di cuenta de algo primordial: en la Internet no hay edad, ni paciencia, pero sí hay mitos y no sólo sobre los heterónimos (2), sino sobre la sinécdoque (3), todas palabras que parecen salidas de la imaginación del niño que siempre anda inventando palabras con las que nombra a los muñecos.
Y cuando digo mitos, me refiero a citas, personas imaginarias, personajes de novelas o cuentos o relatos, biografías inexistentes que se van colando en nuestro lenguaje y cuyo origen es improbable o inexistente, discursos que por filosóficos o racionales pasan a ser parte de la realidad, sin que haya ninguna cuestión sobre la verdad fuera de la virtualidad.
Si en el mundo real soy Adelaida, en el virtual podría no serlo.
Lo espiritual le otorga al mito una especie de preeminencia sobre la verdad. Por ejemplo, si una cuenta que hizo algo que no hizo, pero lo cuenta como buena acción, sencillamente no se cuestionará su realidad, sino la peculiaridad de lo contado.
Así que me dije: Adelaida, este es un buen lugar para hacerse el lifting, sin gastar un solo peso en el jugo ese de la hormona del crecimiento, ni en caras operaciones de remodelación, ni en cremas o potiches de resultados improbables.
Y así, de una manera simple, llegué a la conclusión que hasta puedo cambiar de sexo, de edad, de ciudad, de ideas, de quejas, pasando de la imaginación a la construcción hasta con derecho a la trascendencia, y atravesar la selva racionalista de la culpa.
Adelaida Sharp.
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