Hay clásicos que son tan lugar común que se aceptan como explicaciones, sin reflexión sobre su realidad posible.
En mi caso es el insomnio, ya he escuchado hasta en otros idiomas que los viejos duermen menos, entonces si estas de mal humor, es el insomnio, si estas desganada, es el insomnio, si te quedas en la computadora tanto tiempo tendrás insomnio, por eso mucho mejor es salir a pasear que quedarse en la computadora aburriéndote.
Eso dice mi hija, sin contemplar el hecho de que casos de insomnio tuve siempre, si éste de ahora es por la edad, el otro ¿Cuál era?
Así mi insomnio comenzó a vivir una doble vida, la de Adelaida joven y la de Adelaida vieja.
Me acuerdo que hace años, un locutor, no recuerdo el nombre, decidió hacer el experimento más absurdo al respecto: quedarse sin dormir todas las noche que pudiera a propósito, con sus consecuencias previsibles: olvidar palabras, alucinar, perder concentración mental, volverse paranoico, lo extraño de ese caso es que todo eso le pasaba durante todo el día, menos durante la presentación radial, en donde leía sin perturbarse por el desconocimiento de palabras que acusaba antes del programa, podía decir la hora, emitía comerciales, conversaba con sensatez con el público.
Ni un signo de los efectos del insomnio falso.
Todo esto para comentar que la doble vida de mi insomnio ni siquiera es tan interesante como la de aquel locutor, no comprendo cómo es que me hija encuentra diferencias entre mi insomnio de la Adelaida joven y el de ahora.
Salvo en la vejez, la edad es candidata para ser culpable de todo tipo de doble vida, el sueño, leí, actúa como un antioxidante que libera un mecanismo de contención del proceso de envejecimiento, si no se duerme lo suficiente, se envejece más rápido.
“Adelaida, estas frita”, me dije, el insomnio de la Adelaida joven ya complotaba para encontrarse con mayor prontitud con la Adelaida vieja, pero inmediatamente recordé el mito de Anfitrión, en sus distintas variantes, donde las dos formas de una misma identidad como entre los distintos mundos de ficción.
Mi caso no es el del desdoblamiento, pues mis dos insomnios no son uno u otro alternativamente, ni tampoco el de gemelos idénticos, que estaba la identidad repartida y simultánea, sino que el mío responde a la única y particular especificación de existir en diferentes tiempos, secuenciales incluso, no se trastocan, no se intersectan, no se invierten.
Este asunto comenzó, cuando el niño comenzó a ahorrar para verme en la exposición Body, mi hija tratando de atemperar los cascotes que mi yerno me enviaba con su mirada, le dijo: “es el insomnio, mi madre no piensa bien, a veces”.
Entonces mi yerno contraatacó, con un artículo que salió en un diario diciendo que la consecuencia más inmediata del insomnio era producto de los cambios tecnológicos.
Ahora, la doble vida de mi insomnio, en vez de poder compararse con historias más interesantes como la metamorfosis de “Jekyll y Hyde” o el “Orlando” de Virginia Wolf; o el de personificaciones o encarnaciones distintas, como en “La nariz”, de Gogol o en “La sombra”, de Andersen; o el de fusión como el de en un solo individuo de dos originariamente diferentes, como en “El doble”, de Dostoïevski o en “Le Horla”, de Maupassant, en cambio se convirtió en un prosaico problema con la computadora.
Si estoy demasiado tiempo, las consecuencias las sufre el niño, algo así.
La tecnología supera en evolución a la biología, dicen, y yo tengo ganas de reírme, porque creo que era precisamente la razón por la que existe la tecnología, para superarnos, pero no a mi, o a mi insomnio, sino a todos, al niño incluido.
Ya no es como antes que el insomnio era un producto del exceso de alcohol, de café de drogas incluso de la literatura, ahora el culpable es la computadora, y especialmente la Internet.
Una no es demandante de la computadora, es la computadora la demandante de una.
Como dije antes, mi vida parece siempre encajar en un sistema desplazado, no tomo, café, ni fumo, ni bebo, mantuve mis dientes y escucho a Iron Maiden para estimular la producción de cerumen en los oídos, pero en vez de considerarme una abuela sana, con ganas de darle al pedal, aprendiendo cosas nuevas en la computadora, interesándose por la vida tal como me cae, tengo que ir al médico a tratarme el insomnio de la Adelaida vieja.
Seguro que el médico, ante la presión familiar tomará el diagnóstico más creíble que se le ofrezca, que provendrá de mi propia hija: “Está mucho en la computadora, doctor”.
Adelaida Sharp.
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