Los hombres tenemos ritos. Aspectos en los que confiamos para seducir a las mujeres, estrategias, subterfugios, como se llamen; ya sea por la inseguridad de ser el único ridículo que los acumula, por más que desearía que los demás me confesaran los suyos, los descubro por el viejo método de la observación. Los hombres no hablamos de ciertas cosas y menos de las que nos hacen sentir inferiores.
No encontré nadie que lo admitiera, no así, no como subterfugio, disfrazan el asunto llamándole costumbre o estilo, que no es otra cosa que un acto deliberado que nos hace sentir seguros con medio punto ganador frente a la mujer que queremos conquistar.
El mío, es verdaderamente escueto, pero en más de una ocasión me ha salvado la dignidad.
Consiste en preparar el espacio. Nunca dejo al azar el lugar a donde voy a invitarla, sea con el café de inicio, la cena después y el menos probable sitio para ir a bailar.
Mientras algunos los eligen por la onda, por el ruido, por la zona, porque va la gente como uno, porque no va la gente como uno, por la magia, por la química, por lo que sea, lo mío es simple y complicado a la vez, yo los elijo por las servilletas.
Son mis mejores aliadas: las servilletas.
Voy unos días antes al lugar que tengo pensado invitar a la damisela, ya sea cerca de su casa o un lugar que ya conozca y haya elegido antes, superviso las servilletas, y ese es mi termómetro.
Nunca voy a un lugar sin saber qué servilletas usan. Las tengo clasificadas según la época del año, la temperatura, la hora de la cita y el lugar, son cosas que registro con palabras mnemónicas que le avisan a mi instinto a dónde llevaré a la dama.
Por ejemplo, si estoy entrando en el otoño, a la tardecita, es probable que me gotee la nariz, la servilleta tiene que ser de papel, porosa, para que sirva de pañuelo y sea eficaz, que me libre el karma de sacarme los mocos con esas servilletas lisas, donde los mocos suelen deslizarse visiblemente con un hilo como un cordón umbilical unido a la nariz, la servilletas lisas son más propias del comienzo de la primavera, ideales para armar origamis de grullas o escribir poemas, que para sonarse la nariz.
Si la llevo a cenar, tiene que haber servilletas de tela, en lo posible, pues conozco un truco de magia que siempre las impresiona y me allanan el camino a la intimidad; las mujeres no soportan no saber cómo hiciste la magia y no te sueltan hasta que no les enseñas el chasco, y el truco consiste en no contarlo nunca, pero tampoco confesarles que no lo harás, de ese modo las tenés en tu cama, convencidas que la intimidad te afloja las convicciones.
Y así. Tengo una serie de artificios que no voy a revelar demasiado; si alguna quiere saberlos no tiene más que contactar conmigo, y veremos con qué la sorprendo.
Esta obsesión mía con las servilletas, ayer mismo, tuvo un desenlace interesante. Salí de una exposición de pinturas, y me encontré con una vieja amiga que no veía hace mucho, o yo no recordaba, ella me saludó como si me conociera de toda la vida, y como debo haber puesto cara de no reconocerla, tuvo la amabilidad de poner su nombre en mi boca, con un susurro en el oído, aunque yo seguí sin recordarla.
Lo que me convenció, fue que cuando decidimos salir a tomar algo, ella me llevó al café que yo hubiera elegido, por la hora, el otoño, la situación, tomando la decisión por mí.
Cuando estuvimos sentados, me dijo esas palabras, me dijo: me gusta este bar por las servilletas. Ante lo que sonreí, luego dejó deslizar durante el encuentro que en algún momento me contaría por qué, creí saberlo y nos separamos sin que lo haya develado.
Hoy por la noche, me invitó nuevamente, y lo más extraño es que sugirió cenar en el mismo restaurante que yo iba a sugerir, uno en el que hay servilletas de tela.
Si de compartir manías está hecha la mujer ideal, creo que ya la he encontrado.
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