Ella dibuja en un anotador viejo. Le duele la espalda: estas sillas no están hechas para esperar, sino para proyectarse hacia otro lado. El tiempo se le trepa a las piernas, al abdomen inflado hasta llegar a los dedos y transformarse en telaraña, chlicle. Chicle que podría tragar y vomitar y seguir esperando. Total, en las salas de espera estamos condenados a sostener, detener, paralizar la vida en un paréntesis absurdo.
Mariana Perel
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