En el cine al tiempo visceral y contenido de James Gray retumban ecos no solo de ese grupo de moteros tranquilos y toros salvajes que tomó como suyas las cenizas del viejo Hollywood en la década de los 70 sino de los directores de la Generación de la Televisión, quizás el primer movimiento de renovación en el aparato del cine USA, la contrapartida de los nuevos cines europeos e incluso de más en el tiempo, rebuscando para construir su propia poética entre materiales tan nobles como los trabajos profundamente morales del blacklisted Abraham Polonsky con el grandísimo actor John Garfield,otra víctima de la América del macarthismo, como el Body and Soul de Robert Rossen en 1947 o esa Force of Evil dirigida por el propio Polonsky en 1948. A partir de toda esta confluencia, y aportando su propia formación étnica, cultural y personal Gray se constituye como uno de los directores norteamericanos más personales y comprometidos con su propio cine del presente, alguien que mantiene un nivel de dignidad profesional y exigencia ética que solo merece respeto. Y eso no es poco. Cartelera cine Gijón
Gray parece a veces el hijo perdido de los autores del Nuevo Hollywood, emparentado en este aspecto con el sensacional Paul Thomas Anderson y perteneciendo al igual que él o los hermanos Coen a esa extraña raza de autores que se mueven en los márgenes de una industria que, ni parece hacerles demasiado caso, ni tampoco molestarles mucho. Pudiendo trabajar con cierta continuidad y sin mayores sobresaltos sobre materiales propios, y en el caso de Gray obsesivamente repetidos en variaciones que se mueven por igual en el melodrama y el policíaco.
Centrados en compactos núcleos familiares de cardinal etnicidad (emigrantes rusos, como el propio director, polacos o judíos) que marcan con su ritualismo y costumbres los ritmos y las tragedias de la ficción y asfixian a unos protagonistas debatiéndose entre la necesidad de independencia y una asumida voluntad final de hacer lo que hay que hacer. Desde la soberbia Little Odesa en 1994 (en donde ya aparece otra constante: la recuperación de actores del pasado, especialmente de los 60 y 70. Aquí Vanesa Redgrave y un estremecedor Maximillian Schell), un sórdido thriller terminal de impresionante empaque, hasta la reciente Two lovers(2009), drama vital que recicla el Noches Blancas de Visconti a través de la herencia de materiales procedentes de cierto cine setentero, por ejemplo el Bob Rafelson de Five Easy Pieces (1970) al Toback de Fingers (1978), centrado en personalidades masculinas en conflicto contra sí mismos y su propio entorno. Ocio Asturias
Inmersiones existenciales filmadas con un estilo entre el naturalismo elusivo y la estilización otoñal que domina un Nueva York cualquier cosa menos turístico, por igual alejado del territorio de la pesadilla de anfetas de Scorsese o del luminoso julio eterno de Woody Allen, cercano, en cambio, a esa metrópolis cotidiana e indiferente, pero ineludible como marco vital, del Lumet de la magistral El príncipe de la ciudad (1981), influencia lateral pero imprescindible para su propia revisión de La ley del silencio que fue La otra cara del crimen (2000). Un noir moral sobre el regreso al hogar de un exconvicto en busca de regeneración que descubre en su propia familia al verdadero mal y la verdadera corrupción.
Una escisión que tendrá su camino opuesto, de vuelta, en La noche es nuestra, donde lo familiar se bifurca en dos direcciones tan intrincadas que casi no se diferencian la una de la otra. Dos familias que son una misma: la carnal y la policial. Conciertos en Gijón
We own the night, precioso título original que hace mención al nombre que se dieron las tristemente célebres Street Crime Units de la policía neoyorkina durante los años duros de la “tolerancia cero” de Rudy Giuiliani y The Yards, esta vez la referencia es al metro neoyorkino dominado por el patriarca James Caan, son imágenes especulares y a la vez opuestas del mismo drama, aunque balanceen el peso balanceando el peso del melodrama al policial. Viajes de ida o vuelta al centro de la familia, al núcleo de todo.
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