Del tema membrana, entiendo bastante, más que nada por necesidad alguna vez habida. Vivo en una casa con techo de tejas a dos aguas, y eso en principio haría sospechar que nada que ver con la membrana, pero están las dos canaletas, y eso es todo un dato. Una a cada lado, casi sobre las medianeras. Esas si se vinculan fuertemente a la membrana, como se verá.
Las canaletas de desagüe, en los buenos viejos tiempos, eran de cinc. (O zinc, tengo la duda). El cinc es incorruptible al óxido, pero más caro que el hierro, que por el contrario es fácil víctima del oxígeno atmosférico. Pero el hierro es más barato que el cinc. Por eso, los fabricantes de canaletas le agregan hierro. (Dicen, tal vez, que para mejorar su dureza).
Con el correr de los tiempos, sospecho, que el porcentaje de hierro se ha ido agravando. Las canaletas de mi casa deben haber sido afectadas por esa variante industrial, que las hizo más vulnerables. Pero no fue simplemente eso, en realidad, lo que me empujó con el paso de los años a vincularme angustiosamente con la membrana:
La mayor culpa fue de los gatos. Abundan estos en el vecindario de Coghlan / Villa Urquiza. Son gatos de los que gustan de los tejados de cinc calientes, por cuestiones puramente literarias, pero, al tropezarse en virtud del estilo barrial con mayoría de tejas o concretos, por razones que sólo ellos entienden, eligen, de tanta superficie techada, sólo las canaletas para sus deposiciones naturales. En el barrio, sobre todo en tiempos de apareamiento, viven en los techos. Y hacen sus necesidades en las canaletas de los tejados que albergan su desvarío nocturno.
Y hay que decirlo, aunque mortifique a una querida amiga de la lista: el pis de gato, señores, es peor que el antiguo y famoso vitriolo. Donde cae, lo corroe todo. Y si la canaleta es de cinc entremezclado con hierro, luego de unas cuantas meadas (que por ancestrales razones los felinos procuran embocar en el mismo sitio) el corroído agujero se forma, se agranda, se extiende como una gangrena, y a la primer tormenta importante, ahí comienza el agua a entrar en la casa, con el consiguiente espanto obvio del ama de casa que corresponda: ni una hija soltera embarazada supera el estado de nervios que provoca en la dueña de casa la maldición de una imprevista gotera.
Es fácil imaginar entonces que, en medio de la lluvia, mientras el desmadrado goteo no cesa, para no escuchar los alaridos de la mencionada señora dueña de pisos y alfombras, el marido corra por los negocios del barrio en la desesperada búsqueda, sí, ya lo adivinaron, de la membrana salvadora que servirá para adherirse a las partes damnificadas de las canaletas, en urgente y resbalosa reparación efectuada bajo el agua que no cesa de caer, deslizándose por las engañosas tejas hasta el lugar del siniestro, con el rollo de membrana en la mano, fuertemente agarrado, por supuesto.
En esos casos, uno siente, aunque sepa que los mininos estarán bien lejos y a resguardo, como si lo miraran esos ojos siniestros de pupilas alargadas y muertos de risa, mientras no para de inventar novedosas puteadas mentales para insultar al gaterío y a los fabricantes de canaletas. Pero agradecido, por supuesto, al inventor de la membrana para techos.
Se autopega bastante bien, aún sobre lo mojado. Por lo tanto, ruego disculpen la charlatanería, pero quería decir que agradezco de corazón los beneficios de la membrana salvadora en las duras circunstancias del diluvio. Yo estoy a favor de la membrana, que nadie lo dude.
El que se meta con la membrana, hablando mal de ella o algo así, sepa que también se está metiendo conmigo. Cuidadito. Soy agradecido y defensor de todo aquello que alguna vez me sacó de apuros.
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