Fui a ver Avatar, un excesivo, churrigueresco y rehogado espectáculo de fuegos artificiales, con María. Vini, vidi ... pero non vinci a nadie por ningún lado. En todo caso, fui yo quien volvió rendido al llegar a casa sin un cobre a las tres y media de la mañana. No viene al caso contarles del precio de entrada, ni de mi asombro ante el terrible caso de haberme quedado sin un mango antes de entrar a la sala, ni menos, de la trágica consecuencia de haber tenido que renunciar a que la Nena pasara la noche en casa, porque al regreso, en minifalda y pelo suelto, temí que en la parada algún malevo nos hiciera a ambos reencarnar mañana, quién sabe en qué clase de avatar de porquería. Su hogar materno quedaba a una cuadra y media de la mentada sala frigorífica. Salimos temblando; obviamente los equipos de aire acondicionado andaban volando ayer, sólo ayer, y justo cuando se había levantado flor de fresquete.
_ Te llevo a tu casa ahora y después vemos; no está la cosa a esta hora para que estemos los dos paraditos esperando un bondi al abrigo del frío y de la voluntad de los cacos.
No tenía para taxis, ni siquiera, para boleto interdepartamental; apenas para subirme a un colectivo común. Una hora y media estuve anclado contra un muro de ladrillos hasta que pasó al fin un 105. Hice bien; empero ahora me sienta reverendamente mal. Quería disfrutar de su carita a la mañana temprano, de su mal humor contra las paredes, de su presencia a mi lado desde el vamos del día al terminemos de la noche. Pero creo que hice bien, así fuera, como digo, para sentirme mal. La extraño; yo me había hecho a la idea y ... pero, ¡al grano!
¡Qué película que ya había visto tantas veces!; para nada creativa mezcla de Alien, Karate Kid, Campo de entrenamiento, Apocalypsis now y hasta rehogado trajín de un bodriún de los de Van Damme. El héroe que no sabe que lo que es, el maestro que debe entrenarlo (aquí funden maestro con mujer, cosa muy a la moda), su metamorfosis en el ínterin, y al fin, la gran batalla, que, para colmo en el caso, no la gana el presunto protagonista, sino su maestro y mujer. Una sumatoria de clishés archiconocidos de l aposmodernidad, que hacen a uno sentirse harto nomás empezar el largometraje. Me quedé corto; ¿largo?, más bien, larguísimo metraje.
Lo visual, muy lindo. Los paisajes, hermosos; los animalitos creados, muy bellos y exóticos. Al ambiente, falta nomás agregarle perfumes y hedores para que parezca la vida misma en pura presencia. La técnica del 3D, si bien no perfectamente desarrollada todavía (con o sin lentes, el movimiento genera fantasmas, ruido en la imagen digamos), resulta sin embargo, y en el caso, un verdadero aditivo como para mejorar la explosión de tanto combustible para los ojos. Con razón salí del biógrafo como si hubiera fumado marihuana tailandesa: con los ojos estallados, rojos y doliendo un muy puro ardor. El desgaste auditivo no fue menor; creo que por días no tocaré la batería, si es que no quiero quedar sordo antes de tiempo como un Beethoven.
Pero a pesar de todo eso a los sentidos, a la cabeza, poco y nada. Ya temblé con Aeropuerto 77 y con Terremoto, me impresioné con Tiburón y me aferré a la silla con Alien, Predator y Jurasic Park. Y ya tuve también la suerte de que a mis héroes no los salvara nadie que no fueran ellos mismos o algún dios o maestro ascendido; ninguna señorita Kitty, por ágil que me pareciera anoche la delgadísima silueta de esa felina azulada que, por los gestos, me hizo acordar al personaje del Leopardo en la época dorada de Titanes en el Ring. A mí, déjenme para estos casos, a un Errol Flyn, a un John Wayne o a un Rambo o a un Zwarzenegger. Como lindo y buen mozo, hasta prefiero a un Bruce Willis con más vidas que esos gatos.
Es que en mi imaginario indentitario, entre otras cosas, no cabe asumir que a Aquiles lo termine salvando Helena. Entre otras cosas, digo y como dato menor, porque peor me parece a mí, el asunto ése de traicionar a los de la propia especie. Y todo para predicar un ecologismo barato, prejuicioso, que apunta a transformarnos a todos en émulos del buen salvaje de Rousseau. Antimitrista, antisarmientina y antiroquista; ¡salven al indiaje!, ¡respeten al aborigen!, miren qué bien, cómo cura la begonia salvaje el cáncer terminal. La civilización, muchas gracias pero paso, recién tiré. Como idiota que dijese: _ Me quedo con el espíritu del gran tronco negro y con Gaia aunque aquí se llame Twaya o no me acuerdo bien qué ...
Yo, que de veras quisiera regresar al estado natural de las cosas, y que por cierto imagino solo bondades donde ha de haber también calamidades (que te agarre un simple dolor de muelas en la selva y ¡ya quiero ver cuánto dura tu naturalismo!) , me resisto a tener para mí, una versión tan naif del asunto. Tan para chiquilines, tan a lo Walt Disney ...
Porque el caso es que esta aparente protesta contra la tecné, únicamente hace gala de su excesivo uso para despotricar contra ella; a mi juicio, en suma, le falta también a esta peliculita para niños, muchísima honestidad intelectual. Borra con el codo lo recién escrito por su mano; con el inmerecido tupé de pretender enseñarnos a asumir el hipócrita dicho de "haz tú lo que bien digo y no lo que mal hago". Habrá sido un estupendo negocio, un excelente motivo de ingresos para sus productores, pero a mí, ¡a otro perro con ese hueso!, intentar convecerme de irme a vivir a lo salvaje, usando como motivador, toda la tecnología al alcance no es cosa que me trague sin regurgitar. Paradójica enseñanza que no hace sino agregar caldo bien grueso a la sopa de ideas que llevan nuestros críos en el mate.
Y larga, larguísima, interminable, insoportable. Con índices de violencia insuperables y con imágenes ciertamente congestionantes de la mesura y el buen criterio. Y todo para fundar lo contrario, para predicar el espíritu new age, la tolerancia, el relativismo, el indigenismo, el ecologismo tribal y el sentido colectivo de clan. Primorosísimas las semillitas del árbol de la vida que con angélico elán se comunican con el Gran Espíritu Cabezudo, pero en el Amazonas, lo que cunde de verdad son los mosquitos, la fiebre amarilla, las víboras y las arañas pollito doble pechuga. Y unos indios que hasta hace bien poco, si te agarraban durmiendo, te dejaban la cabeza como si fuera miniatura del arte ming. Monos despellejados que son puro tabú, totem y brujería tan tolerante como el chofer del 68 que ayer casi caga a tiros a un pobre peatón que cruzó distraído la calle.
Los salvajes son salvajes, quiero decir, salvajemente humanos, excesivamente humanos, al punto de que por serlo tanto, ya casi son animales. Verbigracia, que la mentada crítica y ulterior posible renuncia a la tecnología, no nos covierte por ello e ipso facto, en seres superiores en moralidad. Para nada, y sí, quizas, al contrario. No en vano a los romanos, los vándalos les parecían unos bárbaros criminales.
Es posible que yo, con una manga de hippies frustrados, formemos hoy o mañana una comunidad atávica y ancestral, basada en la renuncia a la tecné y en la consustanciación del espíritu colectivo y tribal. Pero nuestros panfletos, de inversímilmente existir, saldrían escritos con tinta de terracota sobre papiros o similares, en lugar de impresos en laser o sobre un monitor con tecnología 3D.
Me frustré. Y me vine con la croqueta llenita de ideas vanas. De tener que reencarnarme algún día -que ojalá que no-, supongo yo que mejor me sea caer en saco de gorgojo o en caparazón de cascarudo pelotero. Tener conciencia me viene complicando terriblemente la existencia. Seré mosquito. |