Una vez en la Ramírez, día de Iemanjá como hoy, había ido de incursión antropológica raramente sin acompañamiento alguno.
_ Ideal pa' mentir; me dije. No habría quién me contradijese; me volvería con el relato de algún convincente milagro como pa' alegrarle la tarde a mis tías viejas. Apelmazado en gente, enjambre humano a dios gracias sin alitas que pa' colmo zumbaran, no me sentía muy creativo. Un calor para lagartos; y el retumbe dicroico del candoblé en clave de flam. Unos de un grupo tocando una cosa, los otros de más allá, la otra, los más pegaditos bailando al son del silencio, unos más alejados, a puro grito y campana. Batuque con distorsión, al viejo Hermeto habría de encantarle de haber estado ...
Y así que presto, este mulato fue a dar al centro de un meollo de mujeres en estado de absoluta embriaguez y alteración de conciencia. Había allí lo que me pareció una señora regordeta y que luego me percaté que era, precisamente, el pai de santos del terreiro aquél. Todo una dama el señor. Yo, párvulo allí mirando, como si frente mío hubiera un carnaval de dragones y elefantes africanos. Era de las primeras veces que concurría al homenaje a la señora del mar.
Medio con la boca abierta estaría, porque el hombre con cara de vecina quejosa me agarró de un brazo como si a un bobo, y me llevó de un tirón bien delante de él.
_ Esa mirada está mala; me dijo con un tono más abrasilerado que el uruguayo promedio.
_ ¿Estoy cargado?; le pregunté como si sabiendo su argot y gracias al Negro Olmedo.
_ Puff; vení para acá ...
Y allá fui como piltrafa tirada de la solapa, de un pasón a punto de tropiezo a quedar parado allí donde estaba -cosa aporética que todavía me confunde un poco-; y él, delante mío, que comenzó a proferir unas cosas tan incomprensibles como la geometría no euclidiana. Gatos le salían por la boca a aquel fulano, y baba, mucha baba en forma de espuma o de goteo cuasi iguazuico. Así hasta que me encajó flor de escupida en la frente.
_ Derechito al tercer ojo; éso sí que es una escupida que cura; dijo el tipo con la desnuda alegría de un Arquímedes. Es que si no fuera por la delatada inocencia de su intención, daba para pensar si no me estaría embromando.
En fin, que bueno, malo o regular, desde ese día, me incliné decididamente por otros caminos mágicos. Yo santiguo, tiro del cuerito, le corto el paso a la culebrilla, un poco de todo, pero eso sí, sin escupir. Para eso están los carozos; usted bien lo sabe ... |